Vivió dentro de una botella de whisky. Dio tumbos, vagabundeó y aporreó pianos para sobrevivir. Se salvó y se convirtió en personaje de culto en películas de Coppola y Jarmusch. Su música es como el grito de un perro alcohólico. Éste es su aullido en avenida Corrientes.
Por J.C. Ramírez Figueroa (29 de abril 2007, La Nación Domingo)
Barreras papales en avenida Corrientes. Es sábado por la noche, hace calor y los transeúntes abandonan la rutina de cafés-librerías-teatro para apretujarse frente al Teatro Presidente Alvear. Hay guardias y una pantalla gigante. “Venite pronto, che. Tom Waits dará una conferencia y dicen que también va a tocar. Pero no nos dejan entrar sin invitación, la puta que los parió”, grita un flaco de barba por su celular.
Suspenso. Una van se estaciona. Se abren las barreras y ante la incredulidad de los fans, Waits se baja, levanta la mano derecha y saluda amablemente, sin quitarse su mítico sombrero. Saltan los celulares y cámaras digitales.
Es que su llegada a esta clase magistral organizada por el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici) debía ser inmortalizada. Sobre todo si se sabe que al músico le cuesta dar entrevistas y salir de giras. “Prefiero pasármela en la casa con mi esposa”, dice.
Después de todo tiene 59 y hace rato que abandonó la mala vida.
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