(En defensa de) Scream – Chris Cornell (16 de marzo de 2009)

Éste un disco dance hecho por un rockero, por lo tanto tiene las fallas y las torpezas de un músico que no ha profundizado en el género. Sobre todo si consideramos el ego de Timbaland, su productor. Pero, la provocación hacia su público integrista es impagable. De hecho, muchos tiemblan pensando qué clase de show dará en Chile junto a otro provocador, Mike Patton, el 25 de marzo.

Chris_Cornell-Scream_(Special_Edition)-Frontal

Por J.C. Ramírez Figueroa (16 de marzo de 2009)

Estando aun en Soundgarden, Chris Cornell dijo que prefería escuchar canciones de los Beatles a las de Ozzy Osbourne. El comentario escandalizó a varios rockeros y rockistas, que veían en su grupo la encarnación “grunge” de Black Sabbath. A juzgar por sus entrevistas, Cornell estaba cansado de las escalas pentatónicas y las cerradas estructuras heredadas del hard rock.

Meses después, comenzaría su carrera solista. Es que a diferencia de Eddie Vedder (de Pearl Jam), Cornell nunca estuvo cómodo con la efervencia “grunge”. Tampoco con el integrismo del hardcore americano, donde estaban las verdadederas raíces de Soundgarden. Si bien Audioslave (2001-2007), su celebrada colaboración con los ex músicos de Rage Against The Machine, tenía mucho del “rockismo” que lo aburría, le permitió avanzar en su búsqueda de convertirse en cantante melódico, con aroma soul y exhuberancia vocal. Y

acá está Scream, su tercer disco solista, una ducha de agua fría para sus fans que han llenado Internet de lamentos tipo “acá no hay rock”, “basura bailable”, “este tipo cree que puede hacer lo que se le antoja”. Por otro lado, la revista Rolling Stone, desde su corporativismo rocker, se pregunta: “¿Pueden los beats de la era digital mezclarse con los aullidos de un dios del rock?”. Y se responde: “Sólo si son buenas canciones”.

Muy pocos han celebrado el atrevimiento -muy inusual en un rockero mainstream- del cambio radical, por muy fallido que sea. Porque Scream puede leerse como provocación y divertimento. Desde los sonidos, impresionantemente “chulos” de “Part of me” (marcha imperial con sintetizadores baratos, una voz con efecto de discotheque) hasta la envolvente sonido de las percusiones gentileza del cada vez más egocéntrico Timbaland, a ratos esto parece un ataque a la “memoria” que tanto adoran sus fans.

Las letras, obviamente, se alejan del existencialismo y los tormentos de la vida, para evocar la lujuria de las noches de baile. Es que el separatismo de Cornell hacia la escena rockera que ya se intuía en Euphoria morning (1999) y Carry on (2007), sus anteriores trabajos solistas, acá se explicita y se potencia con el imparable ritmo dance. Quizás la Rolling Stone tenga razón y sus canciones estén bajo el promedio de un buen disco bailable: “Sweet revenge”, por ejemplo hace mover las patitas pero esos vocoders y la monotonía de las modulaciones de Cornell no están a la altura. “Ground zero” parece una copia mediocre de Gnarls Barkley o incluso de Moby. O que en general las canciones carezcan de gancho y todo parezca un mashup entre Timbaland y Cornell.

Sin embargo, también hay buenos momentos: “Never far away” es una lección para la generación reggaetón sobre como contener la lujuria (y como trabajar en una progresión que recuerda a “Dream on” de Aerosmith). El periodista español Diego A. Manrique se preguntaba, a propósito de un artículo en la revista Mojo, por qué el indie sonaba como si sus músicos jamás hubiesen escuchado blues y soul. “En general, se puede explicar la evolución del rock como una serie de apropiaciones de la música negra. Algo muy evidente en el pop de Reino Unido, si es que alguien se toma el trabajo de analizar los ingredientes de sus historias de éxito, desde los Beatles a Amy Winehouse”.

Eso en el rock de Estados Unidos no es tan evidente. Cornell, que viene del mundo de los riffs y los aullidos, hizo un intento por aproximarse a lo negro. Cornell, que ahora reside en París, dice esperar que entiendan lo que quiso hacer. Fallido será, incluso torpe, pero que sus fans no vengan a decir que editar un disco como Scream no es de rockeros.

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