Sinergia – El Imperio de la Estupidez (1 de agosto 2009)

Por J.C. Ramírez Figueroa (1 de agosto 2009)

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Un riff de guitarra. La voz chistosa y bien modulada de Don Rorro. Un cambio de ritmo con el bajo en modo slap. Frases gancheras como “entonces hazlo puh, hueon oh”. Desde “Hágalo bien”, la primera pieza de El imperio de la estupidez, Sinergia demuestra estar plenamente consciente de su particular estilo. Pop masivo que navega entre la crónica costumbrista y el funk-rock autoparódico a lo Primus. Y aunque tal como ocurre con Chancho en Piedra su discurso tenga cierto aire pop-ulista, es innegable que la mayoría de sus canciones saben llegar a a su objetivo.

La razón es el particular talento de Sinergia para capturar eso que llaman chilenidad. O al menos las tribulaciones de la clase media, que ya se acostumbró a no llegar a fin de mes en números azules. Y si le agregamos doble bombo, quiebres instrumentales y samplers, el resultado es irresistible para los representados en las letras. Así, El imperio de la estupidez es un desfile de personajes que se debaten entre el fatalismo y el chiste. Entre la aceptación y la rabia. Detrás del delirio de Sinergia se esconde una amargura inquietante, cierta conciencia de haber perdido algo. Después de todo las vidas que pueblan sus once canciones podría ser los hijos de aquellos que pateaban piedras en la voz de los ochenta. Esto queda claro en “Superhéroes” y su extensa enumeración de referentes infantiles ochenteros (He-man, los Transformers, el Chapulín), incluyendo un reconocible y gracioso sampleo a la intro de Silverhawks (“allá vaaaan”). La otra clave es “Refranes de mi abuelo”, una notable recopilación de adagios populares con acompañamiento rockero-folclórico-psicodélico (“sabiduría popular / que nunca hay que olvidar”). En ambos se ve la niñez, el campo y la tradición como puertas de escape. Sin embargo ya es muy tarde. Así, el protagonista de la primera de estas canciones declara: “estos superhéroes no nos sirven para la realidad / y si así fuera / libérenme”.

Esta actitud, más cargada a la locura que a la esperanza, es el hilo conductor del resto de las canciones. Todas con descargas rockeras bien dosificadas y que se mezclan con disco-funk e incluso raggamufin. Así tenemos la evidente referencia al magnate Leonardo Farkas (“No sé en qué gastar mi dinero”), el sexo no correspondido (“Me gusta me gusta”), el calentamiento global (“Apaga el fuego”). También está la muy divertida “Mi bigote”, donde un tipo endeudado y abandonado por su mujer decidió dejarse bigote (“me convertí en el hombre invisible / nadie reconocía mi cara, ja”) y la vida le cambió. Pero el clímax llega con la neurótica “Yo soy así”, donde el cantante dice, muy calmado, que si lo presionan se altera así que “cuidado, mucho cuidado con mi otro lado”. Y luego viene la explosión: “cuando se burlan de mí, cuando me miran en menos, cuando me pasan por alto, cuando me sacan de quicio, cuando me tratan como un imbécil… aparece mi lado primitivo, mi lado agresivo”.

Sinergia es de las pocas bandas donde la letra y la forma de cantarla sí importa. Tal vez más que la música, que aún prefiere los riffs y los quiebres a los puentes y estribillos. Pero lo interesante es que quizás sin darse cuenta con El imperio de la estupidez construyen una crónica social del Chile del Bicentenario que terminan en la explícita frase “Exijo una explicación”. Y si viene con un buen diseño (donde se puede construir un escenario de cartón con la banda) más un DVD que registra el trabajo de la banda, el mensaje es mucho más potente.

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