Los Rolling Stones reeditan su obra maestra. Una exploración apasionada y excesiva a las raíces de la música estadounidense. La misma que aprendieron a amar en una Inglaterra destruida por la guerra. Y grabada en una situación de leyenda: en la Riviera Francesa, huyendo de la justicia, en un camión-estudio arrendado a Deep Purple.
J.C. Ramírez Figueroa
Ya es tradición. Cada vez que The Rolling Stones lanza un disco original -no grandes éxitos ni devedés en vivo-, la mitad de la crítica los acusa de multinacionales del rock. O peor, una pandilla de abuelitos que sacan mediocres álbumes sólo para justificar sus lucrativas giras mundiales. La otra mitad, más generosa, nos asegura que ésta sí es, por fin, “su mejor producción desde…”. Y los puntos suspensivos los rellenan con el lujurioso “Voodoo Lounge” (1994), el animado “Tatto you” (1981, el de “Start me up”) o el bailable “Some girls” (1978). Incluso, el más lejano “It`s only rock and roll” (1974).
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