Fue figura central del arte moderno. El engranaje que lo hizo pasar de la novedad a lo chic (aunque ella siempre odió esto último). Léger, Hooper, Miró o Duchamp la conocieron y compartieron su entusiasmo expandido a todo Estados Unidos gracias al célebre Instituto de Arte de Chicago y sus artículos del Saturday Review. Su autobiografía es la historia de una mujer tocada por la belleza de lo nuevo y su lucha en el conservador ambiente del medio oeste norteamericano de los treinta.
Por J.C. Ramírez Figueroa (enero 2011, La Panera)
Katharine Kuh (1904-1994) siempre vivió en las sombras. O, mejor dicho, olvidándose de si misma para entender y apoyar a los demás. Por decisión propia, prefirió esconderse en su rol de “galerista, conservadora, comisaria artística y coleccionista”. Y desde el Instituto de Arte de Chicago y sus artículos del Saturday Review impusar el arte moderno.
Si fuera por sus amigos -Fernand Léger, Mark Rothko o Edward Hooper, entre muchos otros- ella sería “la” referencia del movimiento modernista. Pero ella se negaba a compartir la gloria artística con ellos. Sólo era una entusiasta de sus trabajos.
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