La tempestad de Bob Dylan (23 de septiembre 2012, Artes y Letras)

El músico regresa con un disco que lo posiciona como un folclorista del siglo XXI. Un explorador de la vieja música de raíz estadounidense y su mestizaje con el pop, la electricidad o los sonidos fronterizos.

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Por J.C. Ramírez Figueroa

Bob Dylan acaba de estrenar “Tempest”, su primer disco de canciones originales desde el entrañable “Together through life”, que fue antecedido por la sorpresiva colección de standards navideños “Christmas in the heart”, ambos editados el 2009. Y lo hace desde su sitial de referente para la música popular.

Un territorio donde ha estado desde hace quince años, al menos, tras salir intacto después de sufrir un grave problema al corazón, sacar álbumes trascendentales como “Time out of mind”, ganar un Oscar, protagonizar el documental de Scorsese, publicar sus memorias, ganar el premio Príncipe de Asturias el 2007 o recibir este año la Medalla Presidencial de la Libertad. Incluso es uno de los favoritos para ganar el Nobel de Literatura -lo que marcaría un hecho inédito al ser el primer músico popular en obtenerla por sus letras- siendo superado sólo por el japonés Haruki Murakami y seguido del chino Mo Yan (quien se hizo el mudo durante veinte años para eludir el control comunista) en la casa de apuestas Ladbrokes, el punto de referencia de los candidatos al Nobel. A pesar, claro, que la Academia mantiene estricta reserva de los finalistas.

Folclorista

Escuchando “Tempest” queda claro que más que una estrella de rock -como se le insiste en mitificar- Bob Dylan es un folclorista. O mejor dicho, uno de los puentes entre la vieja tradición folk estadounidense y su mestizaje con la electricidad, el pop o la música fronteriza mexicana.Que su carrera se haya disparado al mismo tiempo que The Beatles rescataban un género -el rock and roll- que parecía muerto cuando Elvis fue al servicio militar, Chuck Berry estuvo encarcelado y el avión de Buddy Holly se cayó al suelo, fue casi accidental.

Después de todo, fueron básicamente tres discos en los que el músico acusaba recibo del rock de guitarras eléctricas y, sólo a veces, estribillos para tararear en la calle. Exactamente los mismos señalados por la crítica de rock una y otra vez como sus mejores obras: “Bringing it all back home” (1965), “Highway 61 revisited” (1965) y el doble “Blonde on blonde”. En el resto de sus álbumes, anteriores y posteriores, el músico ha explorado géneros de raíz como el folk, country, blues, hillbilly, o gospel, incorporándoles lo que estuviera sonando en ese momento: reggae, disco o incluso, rock duro.

Tempestad

Dylan se ha apurado en aclarar que el título del disco no tiene nada que ver con la última obra de Shakespeare y que lo suyo es seguir tocando y componiendo durante todo el tiempo que le queda. Y por más que los oyentes esperen un clásico como los de mitad de los sesenta, el músico les responderá tal como lo hizo en su último show en Chile en mayo: intenso, sentimental y con su clásica forma de encarar una canción extendiéndose en decenas de estrofas, sosteniendo la melodía. Acá hay guitarras slide y ragtime (“Duquesne Whistle”), reposadas baladas (“Soon after midnight”, “Tempest”), blues que se apoyan en un simple riff de guitarra (“Narrow way”, “Early roman kings”), soul (“Long and wasted years”) o country épico (“Scarlet town”). También hay un homenaje a Lennon (“Roll on John).

Aunque su voz cada año suena más como esas cuerdas de violín, que dicen, comparó Frank Sinatra, Dylan suena más sabio que oscuro. Incluso para describir con lujo de detalles el hundimiento del Titanic en el tema que da título al disco. ¿Un comentario sobre la humanidad? Es posible: dicen que Dylan quería hacer un disco religioso y para él las parábolas de la Torá y la Biblia cristiana son la única forma de comunicar algo difícil de describir en un discurso hablado.

“Todo el mundo puede hacerlo, excepto yo”

Uno de los ganchos promocionales de este álbum ha sido la entrevista concedida a la revista Rolling Stone, donde el cantante dispara en la mejor tradición de sus escasas conversaciones con la prensa. El periodista le pregunta por cierta controversia generada por sus citas de obras de otros autores, como el japonés Junuchi Naga o la poesía de la Guerra Civil de Henry Timrod. “Algunos críticos le acusan de no citar a sus fuentes de forma clara” le dice al cantante y, poniéndose el parche antes de la respuesta, el reportero de la revista le aclara que en el folk y en jazz, las citas forman parte de una larga y rica tradición. “Oh, sí, en el jazz y en el folk las referencias a otros autores forman parte de una larga tradición. Eso es cierto. Es cierto para todos, salvo para mí. Es decir, todo el mundo puede hacerlo, excepto yo. Hay reglas diferentes para mí”, le dice Dylan.

Y con sorna le pregunta si ha escuchado realmente hablar últimamente del tal Henry Timrod, “¿Quién le ha leído hace poco? ¿Y quién le ha rescatado? ¿Quién ha hecho que vuelva a ser leído? Pregúnteles a sus descendientes qué opinan de todo este alboroto. Y si crees que es muy fácil citarle y que eso vaya a ayudar a tu obra, pruebe a hacerlo usted y a ver qué pasa. Los cobardes son los que se quejan de estas cosas. Es algo que ha pasado siempre, es parte de la tradición”, le dice. Luego agrega ante el sorprendido periodista: “Yo trabajo en mi arte. Es así de fácil. Trabajo bajo las reglas y limitaciones que tiene. Hay grandes figuras que pueden explicarte ese tipo de arte mucho mejor que yo. Ese arte se llama composición. Tiene que ver con la melodía y el ritmo, y a partir de ahí, todo fluye. Todo lo haces tuyo. Todos lo hacemos”. Así es el Dylan modelo 2012, con las cosas claras, aunque este mundo tempestuoso no lo entienda, necesariamente.

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