40 años de “Quadrophenia” y el rescate del imaginario mod (ernista) (mayo 2013, La Panera)

La ópera rock de los Who -que después se convertiría en película- cristalizó una subcultura juvenil que veía en la moda, los filósofos existencialistas, el cine francés, el pop y el baile hasta el amanecer la mejor forma de combatir el autoritartismo de la postguerra. Un imaginario que está lejos de morir.

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Por J.C. Ramírez Figueroa

 

En Inglaterra, durante el verano de 1964 sólo se hablaba de una cosa: las batallas “campales” en las playas de Brighton entre rockers y mods, dos tribus urbanas irreconciliables. Los primeros, amaban el -ya entonces viejo- rock and roll, usaban chaqueta de cuero y adoraban el imaginario estadounidense de carreteras, abundancia y alta velocidad. Los segundos, en cambio, vestían de traje, eran adictos a la literatura y arte de vanguardia pero tampoco le hacían asco a una buena pelea al ritmo del pop y be bop.

Se les puede distinguir con facilidad en viejos recortes de la prensa amarilla británica, corriendo orgullosos -y en grupo- al lado del mar, bailando enloquecidos o pateando a un rocker en el suelo. Y si bien, terminar con la nariz rota y la parka verde M-51 (pertrecho militar convertido en uniforme por los mods) llena de arena, no era un final demasiado elegante, ese verano de 1964 había tanta frustración -y ganas de vivir- que bien valía perderse un fin de semana peleando.

Esa contradicción entre modernismo artístico (de ahí viene el nombre) y violencia en bruto, era lo que potenciaba al movimiento mod. Un estilo de vida al que se han cobijado miles de jóvenes rabiosos y que podría resumirse en “vivir limpio en condiciones adversas”. Algo que intentaba desesperadamente Jimmy Cooper, protagonista de la ópera rock “Quadrophenia” de The Who, editada en 1973. Un disco doble que se enmarca dentro de la línea épica de “Tommy” -grabada por la misma banda en 1969- o, incluso, “Jesus Christ Superstar” (1970).

Una obra que habla por todos los que fueron adolescentes a principios de los 60 y que estaban ciertamente aburridos del rock and roll, los Beatles y la estructura social de la época. Por eso escuchaban r&b, jazz moderno o pop estadounidense. O creían que vistiéndose mejor que el jefe podían protestar contra él. O abusaban de la noche, el baile y las sustancias. Algo que fue tema nacional en la época: los jóvenes descarriados que luego aparecerían retratados en “La naranja mecánica” o convertidos en punk.

El vía crucis de un joven inglés

En el disco “Quadrophenia” -y en su película estrenada seis años después- asistimos al vía crucis de un joven atrapado entre un trabajo miserable en una empresa de publicidad (¿puede haber otra cosa más relacionada con el “sistema”?) y una familia que no lo toma demasiado en cuenta. Un fin de semana largo será la ocasión ideal para “descargarse”, intentar conocer a una buena mujer y encontrar alguna salida laboral en la Inglaterra de la recesión. El problema es que todo le sale mal y es detenido por la policía, lo que marcará su descenso a los infiernos de los mecanismos de control social, representados en la ópera por la policía, el psiquiatra y la denigrante búsqueda de un nuevo empleo.

Pero hay otro detalle: Jimmy sufre de un transtorno de la personalidad. Es, literalmente, cuatro personas: romántico, lunático, mendigo y terco. Cuatro aspectos que configuran sus aventuras, incluyendo un concierto de los Who, donde la banda lo trata pésimo (“The punk and the Godfather”), viajando en un tren, tras una sobredodis de pastillas (“5.15”) o arriba de un barco, mientras arrecia la tormenta (“The Rock / Love, Reign O’er Me”).

Para el musicólogo argentino Diego Fischerman estas 17 canciones-episodios, más allá de la trágica -y a ratos enternecedora- historia de un joven que intenta emanciparse pero termina perdido (en la película, al final, vemos su scooter cayendo al vacío, aunque sin él), es tambiñen un prodigio en la historia del rock.

“Si en varios de los grupos surgidos a fines de los ‘60 el virtuosismo ya es un dato esencial, The Who es más un grupo de la vieja escuela. No hay allí guitarristas ni tecladistas heroicos. Curiosamente, su virtuosismo está en la verdadera base. Y es que el grupo, en rigor, no es otra cosa que base: la guitarra rítmica de Touwnshend (una de las más originales e influyentes del pop rock), la batería (jazzística, más cercana al be bop que a la mera marcación de pulsos) de Moon y, en particular, el bajo de Entwistle, convertido muchas veces en el único solista instrumental posible del cuarteto que completaba un cantante”, escribe.

Y luego de destacar la “energía” de las canciones y el trabajo compositivo, agrega: “Suele pasar más inadvertida una fineza en el trabajo rítmico que aún asombra. La vieja idea del bajo continuo que se había impuesto en el siglo XVII –un instrumento haciendo el bajo, otro los acordes– encontró en The Who, en todo caso, una de las encarnaciones más perfectas y potentes que pudieran imaginarse”.

Un movimiento que no muere

Ése es el marco, donde la banda testimonia y homenajea al movimiento mod que está lejos de acabarse. En cualquier ciudad del mundo, habrá un grupo de jovencitos fanáticos del pop y la moda de los sesenta -pero alejado de la iconografía Beatle-Rolling Stones-, el cine de la “nueva ola” francesa, el baile hasta el amanecer, los escritores existencialistas o “angry young men” ingleses, una izquierda más “del corazón” que militante y figuras como Paul Weller, quien con su grupo The Jam, lideró el revival del género a fines de los setenta, en plena eclosión punk.

En un ensayo titulado “La pinta completa”, Weller recuerda como se convirtió en “The Modfather” como lo llama la prensa inglesa en la actualidad. “La mayoría de chicos de mi edad nunca habían oído hablar de los mods, o, por lo menos, difícilmente podrían recordarlos. Como alguna bestia mítica de la época de las tinieblas”. Por eso iniciaría su propia cruzada evangelizadora.

“Si quieres hechos o cambios cronológicos de moda, sólo necesitas ver las fotos. Dicen todo acerca de los 60: ¡una foto de Steve Marriott o un Pete Townshend a los 19 años lo dicen todo! Bueno, esas fotos me hablaban (aún lo hacen actualmente), y conjuré mi propia imagen del sentido de los mods. Los vi limpios, elegantes, de clase obrera, arrogantes, antiautoritarios y sin ningún respeto por sus mayores”, escribe.

Así, estos jovenes mod-ernos desarrollaron un importante papel renovador en la escena inglesa, que luego fue expandiéndose por el mundo. Pero lo curioso -y que ha quizá ha permitido seguir siendo una subcultura de bajo perfil, a diferencia del punk- es que también hay una contradicción entre individuo y colectivo. Cuando Jimmy asegura en la película que “no soy como los demás”, mientras es rodeado de chicos igual a él, está explicitando la tensión existente en cualquier movimiento. Soy individual -¡e incluso tengo cuatro personalidades!- pero formo parte de un movimiento de jóvenes con los mismos problemas que yo. Y eso es lo que vuelve a Quadrophenia -y a los mods- la eterna voz de varias generaciones.

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