El escritor peruano, de gran proyección internacional, presentó su nueva novela, una dura crítica a su país natal.
Por J.C. Ramírez Figueroa
Ezio Neyra (33, Lima) es uno de los narradores más potentes de la región. Fundador de la interesante editorial peruana Matalamanga y considerado uno de los once narradores jóvenes con más proyección internacional, participó en los Diálogos Narrativos Latinoamericanos de la Filsa, organizados por la Cámara del Libro y el Consejo de la Cultura. También lanzó la novela “Tsunami” (J.C. Sáez editor), sucesora de la elogiada “Todas mis muertes” (2006).
El libro retrata a Leandro, un hombre arrasado no sólo por la desintegración de su familia, sino que también por lo que le provoca visitar una playa destruida por un maremoto, donde intenta encontrar respuestas.
El autor dice que la primera vez que tuvo real conciencia de la fuerza de un tsunami fue el 2006, en Camaná, ciudad costera de Arequipa. “De niño pasaba los veranos en la casa de playa de mis abuelos allá. Volver cinco años después del tsunami del 2001 que golpeó las costas de Arequipa fue una experiencia muy traumática y decisiva para mí: todas las estructuras y todo el esplendor de aquel balneario habían desaparecido. La casa de mis abuelos tampoco estaba más. Ni siquiera el terreno en donde la casa estaba levantada”, relata.
Tomó fotos y un par de años más tarde se dio cuenta de que podría haber una novela. “La lógica era que el tsunami no solamente había destruido las estructuras de las casas, sino que también las mismas estructuras de las familias y de las personas. Hay un término de la psicología que me sirvió mucho para escribir «Tsunami» y que se llama «tsunami emocional», y que no es más que la incapacidad que tienen algunas personas para controlar sus emociones, que bullen a borbotones.
-Llama la atención el “clima” de la novela. Uno siente el mal tiempo, el viento, las gotas de garúa.
-Justamente porque mi intención era narrar la destrucción material como la destrucción íntima de un grupo de personajes. El mantener constantemente una relación entre fenómenos naturales y personales era fundamental para el desarrollo de la novela.
-¿Funciona como un ajuste de cuentas?
-Escribir “Tsunami” significó para mí no solamente un ajuste de cuentas, con ciertos aspectos de mi propia familia, traumas personales y taras de la peruanidad, sino que también funcionó como un ejercicio terapéutico, que me permitió recorrer la trayectoria de un personaje que bien podría ser yo mismo. En este ejercicio, al haber escrito sobre una familia extendida, aparecen también muchas de las características que lamentablemente construyen nuestra peruanidad: una manera de hablar y una forma de acercarse al “otro”, que no hacen sino confirmar lo tremendamente racista y clasista que es el Perú.
-¿Cómo diste con la voz del protagonista?
-Se dio en el propio proceso de escritura. Es una novela que me tomó unos cinco o seis años y que tuvo además varias versiones. Después de tratar varias maneras, finalmente la encontré cuando probé que Leandro, el narrador protagonista, tuviera un interlocutor, a quien le cuenta todo lo sucedido y con quien, juntos, buscan encontrar sentido. De ahí quizá viene también el carácter terapéutico de la novela.
-A propósito de los Diálogos Latinoamericanos de la Filsa, ¿por qué momento pasa nuestra literatura?
-No estoy seguro de que haya rasgos distintivos de nuestra latinoamericanidad. Si por algún momento pasa esto que podemos llamar “literatura latinoamericana”, yo diría que atraviesa un momento de absoluta libertad y pluralidad. Todo es centro y periferia al mismo tiempo. Esto cobra más sentido si se piensa que, quizá, el sello más distintivo de la literatura colonial fue el afán de resistencia. O que durante el romanticismo se trató de construir nuestras naciones y que en el modernismo hispanoamericano se buscó nuevas maneras de expresión que de alguna manera explicaran el nuevo rol social que tenía el artista moderno. Hoy en día, en cambio, y quizá como herencia del modernismo, la literatura latinoamericana está plenamente insertada en el mundo, bebiendo de múltiples tradiciones de diversos orígenes.