“Por muy maravilloso que sea, vamos a terminar creyendo que el teatro son los pasacalles o los monos cabezones. Allí no hay teatro”, sostiene el ex integrante de La Troppa que está exhibiendo una retrospectiva de su trabajo con la compañía Viajeinmóvil.
Por J.C. Ramírez Figueroa
Jaime Lorca es de los realizadores que creen que el teatro debe remecer las conciencias, incomodar y dejar al espectador afectado. Arriesgando incluso la entretención o la estética.
El ex integrante de La Troppa está realizando una retrospectiva de sus obras junto a la compañía Viajeinmóvil en el Anfiteatro del Museo de Bellas Artes: “Gulliver” (exhibida a tablero vuelto el fin de semana), “Chef” (10, 11, 12 y 16 de enero) y “La Polar” (17, 18 y 19 de enero). Además, montará su versión de “Otelo” en el Teatro Municipal de Las Condes (14 y 15 de enero).
“Esto es teatro de animación, de marionetas. Eso es lo que une a todas las obras. Aunque los temas son variados, está la idea de enaltecer la capacidad del ser humano de superarse. Incluso con «Otelo» que habla de las más bajas pasiones, pero es presentada de una forma ejemplificadora”, explica Lorca, quien apuesta por un teatro “didáctico, popular y de educación”.
Para él, esa es la esencia teatral en lugar del divertimento. “Forma parte de la educación de una sociedad, mostrándole virtudes y defectos”. Todo dentro de una especialidad “artesanal” que requiere de las particulares habilidades de los artistas en su interacción con los muñecos.
“¡Todo esto habla de la superación humana! Lo puedes ver desde la temática de las obras hasta el trabajo de los artistas. Hacer una obra con muñecos toma tiempo, las escenas son complejas y demoran”, dice Lorca.
—¿Un muñeco despierta cosas distintas en los espectadores que un actor convencional?
—Algo sucede que las personas las sienten más cercanas que viendo a un actor en escena. Animar marionetas y objetos es algo que todos hemos hecho desde niños. Es nuestra primera metáfora, como cuando transformamos una piedra en camión o hacemos una línea en la tierra con ella. Es una habilidad humana que aprendemos en la primera infancia. Y cuando uno es adulto y ve esto le genera un recuerdo.
—Además, el actor al final del montaje baja del escenario y saluda. Una marioneta no puede hacerlo…
—Hay un pacto tácito con el espectador cuando ve teatro de marionetas. Sabemos que son objetos que no tienen vida, pero nosotros ayudamos a crearla. Es una convención. La diferencia del teatro con el cine es que cada función es única y el equipo siempre debe volver a trabajar e interpretar. En el cine todo está hecho, una sola vez y no hay nada que imaginar. En el teatro, el público es parte activa y debe completar lo que nosotros proponemos.
—¿Un espectador activo?
—Mira, hemos recorrido Chile tres veces con “Otelo” y un comentario recurrente es que ellos veían cómo el protagonista abría los ojos o la boca, sintiendo su furia. ¡Y era un maniquí! Pero la gente veía su expresión.
“El país se ha «aflaitado»”
Lorca traza una línea divisoria entre su género —donde las marionetas interactúan con los actores, además de quienes las manipulan— frente a los grandes espectáculos callejeros. “Por muy maravilloso que sea, vamos a terminar creyendo que el teatro son los pasacalles o los monos cabezones. Allí no hay teatro. Sé que los que ponen la plata necesitan que las cosas sean masivas, pero hay que entender también que el teatro es un rito y una ceremonia que debe prepararse. No es que tú vas por la calle, ves un «cabezón» y dices: «Listo, cumplí mi cuota cultural». ¡El teatro no es inofensivo!: debe incomodarte como cualquier remedio, como ir al quiropráctico.. debe provocarte un dolorcito…”.
—¿Crees que se busca mucho hacer un teatro divertido?
—Es que estamos convertidos en unos niños, entonces todo se ha vulgarizado. El país se ha “aflaitado”, por poner un término de ahora, y eso es transversal. No tiene que ver con una clase social.
—¿Era distinto en la época de La Troppa?
—La Troppa se acabó el 2005 y en verdad yo estoy muy contento con lo que estamos haciendo ahora. Yo estoy mirando al futuro, tratando de enaltecer el oficio y darles oportunidades a las nuevas generaciones, en los pequeños espacios de libertad que hay. Mira, con hambre se hace arte. Antes había tan pocas cosas, que la gente llegaba de todas formas, aunque no existieran redes sociales ni afiches pegoteados en los muros. Existía la necesidad. Ahora existe la oferta.
—¿No crees que son las periferias como las comunas y provincias de Chile las que siguen teniendo hambre?
—Eso lo palpamos, cuando viajamos miles de kilómetros. Con el tema de las políticas teatrales hay una sensación de que todo esto es para que coman los actores. Pero el tema no es la economía del actor, sino que la sociedad necesita del teatro para vivir. Entonces la campaña debería ser como la de la leche o, cuando uno era chico, donde te enseñaban lo importante de lavarte los dientes. Duró años hasta que ahora todos andan con el cepillo hasta en el trabajo. Eso debe pasar con el teatro. La gente debe entender que es un bien necesario.
—¿Eres optimista, de todas formas?
—No. Creo que el optimismo es peligroso. Yo desconfío de la gente muy optimista.
Marionetas, actores, catarsis
El director se enorgullece al hablar del trabajo de su compañía, Viajeinmóvil, creada tras su retiro de “La Troppa”. Partiendo por su debut. “Gulliver”, versión del clásico relato de Jonathan Swift que buscaba reflexionar sobre la libertad. “Está la imagen del niño en la playa, con las cuerdas, rodeado de enanos. Y uno se pregunta por qué no se escapaba, pero ahí está el tema de la libertad y de cómo uno también puede ser prisionero de estos liliputienses”.
En la feroz “Chef” —también de Swift— se manipulan alimentos, condimentos y aliños para que cobren vida, potenciando una tesis cargada de humor negro: si los ricos no tienen problema en alimentarse de los pobres, ¿por qué no lo harían con los hijos de ellos también? “Tiene esa ironía y humor de los textos políticos antiguos. Algo que falta ahora, parece” (se ríe).
En “Otelo” quiso recuperar una obra que para él lo hace sentir “como un futbolista jugando en Wembley, que es el equivalente a hacer Shakespeare”. La emblemática historia de celos y amores contrariados sigue siendo potente, al parecer. “Había parejas abrazadas durante la obra y otras que se quedaban muy serias. Es muy catártico explorar estos sentimientos. Después de la obra, conversábamos con la gente, sin glamour ni champaña, y hablamos sobre la violencia y los celos. Para eso es el teatro: para conversar y mejorar. A veces se siente más real una obra así, con muñecos, que viendo una noticia de un femicidio en la tele. Impacta más”.
Algo que lleva al límite en “La Polar”, montaje hecho con las grabaciones textuales del directorio usadas en el proceso judicial. “Son los highlights, donde estos tipos reconocen la acción delictual. Y lo hicimos porque hay en el aire una sensación de que los crímenes de cuello y corbata no se pagan”. El reconoce que, de alguna forma, obras así sirven para “descomprimir” el ambiente: “Al final, hay un juicio popular y la gente se siente vengada… teatralmente”.