El (nuevo) autoexilio de Martinez Bonati (25 de agosto 2015, La Segunda)

El responsable de llevar el arte al edificio de la Unctad -ahora Centro Gabriela Mistral- sonó fuerte para el Premio Nacional que se llevó Roser Bru.

Por J.C. Ramírez Figueroa (25 de agosto 2015, La Segunda)

QS2OJUG8Cada mañana, Eduardo Martínez Bonati (75) prende la radio, calienta el agua, evade la trotadora que le regalaron y se mete en su taller, con una taza de té en la mano. Su “parcelita”, como llama a su casa de Pirque, donde los árboles y el sonido de un canal cercano son su única compañía.

“Todo esto perteneció a un empresario árabe. Le gustaban las chiquillas. Por eso hizo esta piscina que tenía un sistema de calefacción para poder carretear en la noche. Y los baños son gigantes, con espejo. Lo pasaba bien este gallo ¿ah?”, dice este artista que vive solo.

Bonati sonó fuerte para el Premio Nacional de Artes Plásticas, que finalmente ayer ganó Roser Bru. “Ella se lo merece. Está vigente y ha pintado prácticamente toda su vida. Hay que alegrarse por eso”, acota esta mañana.

Aunque aclara que Bru nunca perteneció al grupo Signo, donde la vinculan siempre, que él integró en los 50 junto a Balmes, Gracia Barrios y Alberto Pérez para experimentar con colores y texturas.

Fue profesor de grabado por 20 años en la U. de Chile; durante la UP patentó el concepto de “Arte incorporado”. “¿Por qué el arte debía estar en los museos y galerías solamente? El objetivo era llevarlo a los espacios públicos”, explica.

Suyos son el mural que está en el paso bajo nivel Santa Lucía -junto a los artistas Carlos Ortúzar e Iván Vial- y el edificio de la Unctad, donde impulsó y coordinó la instalación del vitral de Juan Bernal Ponce a la entrada, cuadros de Roberto Matta o los peces de mimbre de Alfredo Manzano, uno de ellos reproducido actualmente en el GAM.

“No me gusta cómo quedó el GAM. Es muy design. Es todo lo contrario a la idea que teníamos, porque está hecho para no poder instalar nada más. Cada cosa en su lugar. Muy de mercado todo”, opina tajante.

“Todavía me acuerdo de las primeras reuniones, donde yo les dije que había grandes artistas comprometidos, sin tener a nadie aún. Y un funcionario de Allende salió, hizo unas consultas y me aprobó el proyecto de inmediato. Sin papeles, ni trámites. Como antes”.

Pintor de brocha gorda

En su taller hay muchas fotos de él, sus hijos, amigos, recortes de prensa. Es su campo de batalla y laboratorio a la vez. Ahora mismo está terminando varios proyectos (ver recuadro).

Exonerado y detenido en Los Alamos, cuando se fue a España en 1975 tuvo que trabajar como pintor de brocha gorda. Hasta que en un almuerzo conoció a un profesor de la Complutense de Madrid que lo invitó como ayudante con un sueldo “simbólico”. Recién logró ser profesor en 1982 y su estilo se centró en óleos con colores que explotan y late mucho dolor.

“Ahora mismo estoy en la duda de si quedarme en Pirque o volver a insertarme en la escena chilena. No estoy muy seguro, porque acá está se está tranquilo”.

También habla de su proyecto más ambicioso: “Un Museo Bolivariano. Justo en ese punto donde se intersectan Chile y Perú, que es una especie de tierra de nadie. Donde artistas latinoamericanos expongan sus obras. Imagino grandes esculturas. Con eso nos ahorramos todo este tema de las disputas y empezamos a integrarnos de una buena vez”.

Sus proyectos actuales
Tan lejos, tan cerca

Bonati dice que lo más complicado es cuando se le acaba el confort o los fósforos. El aislamiento lo perjudica a veces, pero no cambiaría el lugar donde vive.

“Quería vivir en Santiago, pero no tan cerca de la ciudad. Y acá es perfecto. A veces me invitan al centro a conversar. La otra vez estuve con la alcaldesa Tohá, quien me invitó para intercambiar ideas. Encantado, claro, pero yo no quiero meterme en nada”, señala.

Ahora está trabajando en dos piezas centradas en el cristianismo, uno de los temas que lo obsesionan. Se define creyente y aunque sabe que es difícil de explicar, tiene cierta sensibilidad para darse cuenta de las cosas antes que sucedan.

“Acá está Jesús, pero sin cruz ni Virgen María ni apóstoles. Está en medio de la nada. Y en este otro, solo falta él. Me gusta que una imagen incompleta provoque sus propias asociaciones en las personas”.

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