El intelectual público asegura que hay más como él, pero que los medios -y la gente- deben perderle el miedo al debate.
Por Juan Carlos Ramírez F. (1 de septiembre 2015, La Segunda)
Tomás Moulián amaneció radiante. A sus 75 años, el flamante Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, toma desayuno, habla por celular y se va caminando a la Academia de Humanismo Cristiano donde hace clases (también en la Arcis).
Dice que este galardón -que incluye una pensión vitalicia de 20 UTM- será clave en lo que se viene. “Porque me permitirá vivir intentando escribir y discutiendo con jóvenes, sin obsesionarme por un sueldo o si le falta a mis hijos para pagarse la universidad”, dice esta mañana.
Acaba de operarse de un cálculo a la vejiga y próstata. Nada grave, dice. “Son esas cosas que le pasan a los hombres de mi edad”, explica riéndose. “Podré trabajar tranquilo los años que me queden, no sé si sean muchos”. Y vuelve a reírse.
Pero lo que lo tiene feliz es que el jurado -compuesto, entre otros, por la ministra Adriana Delpiano, Ennio Vivaldi (rector de la U. de Chile) y Sonia Montecino (Premio Nacional 2013)- haya valorado su posición de “intelectual público”. Algo que lo ha hecho casi un ícono con best sellers como “Chile actual: Anatomía de un mito” (1998).
“Me impresionó que hayan tomado en cuenta eso. Esto me incentiva a seguir adelante en este rol, ahora que hay una discusión decisiva sobre la nueva Constitución”, explica.
Escribir en soledad
-¿Cree que a Chile le faltan más pensadores como usted?
-¡Es que no se han acabado los intelectuales públicos! Alberto Mayol y Fernando Atria son importantes. También los otros que competían conmigo como Bernardo Subercaseaux.
-Pero no ha habido best-sellers como el suyo.
-De repente la sociedad no les da espacio para que puedan hablar. Pero todos los autores que cité han publicado libros significativos. Me interesa también Baradit, aunque aún no lo leo. La gran virtud de una sociedad democrática debería ser incentivar discusiones. Si no se hace un hueco en los medios es como si no existieran.
-¿La entretención ha ganado terreno?
-Bueno para eso están los columnistas. Pero la mayoría escribe en soledad, mirándose a sí mismo, no para el común. Los medios deberían estimular lo último: que entreguen herramientas, que eduquen, que instalen temas.
Como en la UP
-¿Le parece Internet y las redes sociales un terreno interesante?
-Puede ser significativo. Pero 140 caracteres es muy poco. De todas formas puede generarse algo en la red. A pesar de todos los errores de la UP, los trabajadores tomaban la palabra y decían cosas. Eso debería volver.
– ¿Somos malos para discutir?
-No nos gusta la discusión. A veces, porque no tenemos los elementos para hacerlas. O nos da susto que en el trabajo sepan lo que pensamos. Pero tenemos que hacer una sociedad discutidora. Desde tu propio grupo de referencia en tu barrio hasta terminar en el parlamento.
Tenemos que hacer una sociedad discutidora. Desde tu propio grupo de referencia.
“Sirve para encontrar un país escondico”Ahora investigará la novela chilena
Ahora mismo dice que está empezando un proyecto sobre la novela en Chile, después de los 50, inspirado en la célebre interpretación marxista de la historia de Chile de Luis Vitale (1927-2010).
“Las novelas sirven para encontrar un país escondido o, incluso, un habla que ya no se escucha. En las novelas de Jorge Edwards, Germán Marín, Bolaño o Zambra hay todo un contexto social que nos enseña como la gente vive, ama, se viste o discute que me gustaría analizar. Hay un habla que se puede detectar, también en lo que se ha escrito en el exilio”.