Cecilia García-Huidobro: “Violeta es una conciencia telúrica de lo que somos”

Cecilia García-Huidobro está a cargo del Museo Violeta Parra. La directora es filósofa, rostro de lo patrimonial y ex agregada cultural en México.

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Por J.C. Ramírez Figueroa (La Segunda, 16 de octubre 2015)

Antes de ser hoy la presidenta del Museo Violeta Parra y de aceptar la agregaduría cultural en México durante el gobierno de Piñera; antes de asumir la presidencia de una veintena de directorios -entre ellos, Teatro del Lago y centro consultivo del CNCA-, o de asociar su nombre al rescate patrimonial, o ser la secretaria de la Federación Mundial Amigos de Museos, Cecilia García-Huidobro (56 años, 3 hijos) se sentía, vocacionalmente, un personaje secundario, una mujer incompleta, una observadora de su propia vida.

Aunque fue capaz de saltar, a los 17 años, del afrancesado Colegio La Maisonette al combativo Pedagógico de la Chile -a estudiar Filosofía-, todo su entorno de veraneos en Zapallar y fiestas en casa esperaba, sin decírselo por supuesto, que se volviera ingeniera comercial, abogada o dueña de casa.

Incluso ya casada con el empresario Edzard Feriherr zu Knyphausen, un alemán radicado en Chile y con título nobiliario de barón, había un vacío existencial.

“Yo creo en mi intuición. De hecho, me arrepiento de no haberla seguido siempre”, dice mirando a los ojos, sentada en un restaurante japonés de Vitacura, donde todos la conocen. La mesa la reservó cinco minutos antes, desde su auto, mientras corría desde su oficina. “Soy la Cecilia. Ustedes me conocen. Sí. Esa mesa”.

Iluminación en Houston

-¿Y cómo fue para una chica como tú, llegara a un lugar como el Pedagógico?

-Ohh, me sentía como un pollo. Miraba, nomás. Una vez estaba al lado de Nicanor Parra y no me atrevía a hablarle. O escuchaba a Humberto Giannini y no sabía qué decirle, cómo entablar una conversación con él.

Esa sensación de no pertenecer vocacionalmente a ninguna parte la persiguió ya casada -y bastante más tarde que sus amigas, a los 28-, instalada en Houston, estudiando un Máster en Literatura Hispanoamericana en la U. de Rice, entre 1989 y 1992. Un oasis liberal, en medio de Texas, con alumnos destacados, como Howard Hughes, el multimillonario de “El aviador”, de Scorsese.

“En el avión de regreso a Chile leí sobre el patrimonio cultural, y me di cuenta de que esto es lo mío”. Intentó fundar una revista con Paz Errázuriz, Claudia Donoso y el editor de su admirada revista Apsi, Andrés Braithwaite. Buscó trabajo también hasta que terminó entrevistándose en la Biblioteca Nacional, donde había un cupo, ad honorem , para la vicepresidencia ejecutiva de la naciente Corporación Patrimonio Cultural. Involucraba desde limpiar su diminuta oficina hasta posicionar un tema que, en 1994, no estaba en agenda.

“Ya estar trabajando en la Sala Medina era algo increíble. Y más aún encontrarme con un retrato de Francisco García-Huidobro, hermano de mi tátara-tátara-abuelo. Había sido director ad honorem en el siglo XIX durante casi tres décadas”. Con todos esos signos, Cecilia empezó a sumergirse en un tema que no abandonaría jamás.

Así empezó a documentarse, digitalizar colecciones -40 mil volúmenes para empezar- y liderar proyectos como la restauración de la iglesia Las Agustinas del centro o el fundo El Huique (hoy convertido en museo). Mientras esto llamaba la atención de las empresas, ella se documentaba, se metía a reuniones, fundaba páginas web como Nuestro.cl (2000), conoció la cueca brava de Nano Núñez. Hasta fundó el sello indie Chile Profundo que ha trabajado con Daniel Muñoz, el poeta mapuche Lorenzo Aillapán y Álvaro Henríquez.

“Encontré lo que me faltaba, lo que andaba buscando. Un Chile que intuía, que me llamaba, que me interesaba. Me sentí completa”, dice.

Por no mirar a Violeta

Hace dos semanas se inauguró el Museo Violeta Parra. Una deuda del Estado chileno con la artista que, cree Cecilia, está comenzando a ser saldada. Ubicado a pasos de la Plaza Italia y proyectado por el arquitecto Cristián Undurraga, son 1.330 m de superficie, dos niveles, cuatro salas y un auditorio. Acá está, prácticamente, la totalidad de su obra como artista visual entre óleos y arpilleras, pero también están sus objetos personales -arpa, guitarrón, máquina de coser- y su música. “El primer objetivo es difundirla, que se exhiba como ella quería”, explica.

Ella fue llamada por el ministro de Cultura, Ernesto Ottone, dentro de su proyecto de invitar a representantes de la sociedad civil a presidir los directorios de las instituciones culturales, en lugar de él como se acostumbraba.

“Violeta Parra es una columna de la identidad chilena. Nos conectó, con total autenticidad, con nuestras raíces. Nos ha costado mucho asumirlo con orgullo, y por eso se ha demorado tanto el museo. Es un buen signo que, después del largo periplo de la familia, las obras se luzcan, intactas”.

-¿Escuchabas a Violeta desde chica?

-No. En la U estaba más interesada en Emerson, Lake & amp; Palmer… Es una cosa que vas descubriendo cuando creces. Uno está acostumbrada a un lenguaje que te resulta reconocible, pero Violeta Parra es otra cosa. Te rompe los esquemas, te pone en otro estado.

-¿Pero se hablaba de ella en tu círculo social?

-Lamentablemente, Violeta no existía. No era tema. Bueno, también tienes el caso del aeropuerto Pablo Neruda. Cuando quieres negar al poeta más grande es que estamos mal. Es terrible que esa gente tenga voz. O más bien, que puedan decir ese tipo de cosas. Es falta de alegría de vivir, desconexión con lo que te ofrece la vida. Aunque no olvidemos que Andrónico Luksic pidió expresamente que lo enterraran con “Gracias a la vida”. La fortuna más grande de este país exigió a Violeta Parra en su funeral.

-Es que ella es una autora transversal, porque…

-No (interrumpe). Ella expresaba el Chile profundo. Por eso, todos la reconocemos. Algunos, durante mucho tiempo no quisieron mirarla, porque temían mirarse a sí mismos. La fuerza de Violeta está en que es una especie de conciencia telúrica de lo que somos. Cada vez que se la menosprecia, nos menospreciamos nosotros.

Sacarse la máscara

La entrevistada dice que su único partido político es la cultura y cree que el problema de Chile comenzó cuando empezó a mirar a Francia y dejó de verse a sí mismo, a principios del siglo XX. “Dentro de las élites hay un sector con miedo al Chile profundo y su autenticidad. Y es triste, porque se pierden todos esos tesoros. Antes, la gente se sentaba a «pensar Chile». Yo creo que tenemos que sacarnos la máscara”.

Dice que la gran tarea pendiente es el manejo territorial. “No es posible que las ciudades estén a merced del mercado o que en zonas rurales lo agrícola, lo urbano y lo industrial coexistan sin planificación. Aún no se entiende que no es sólo el monumento lo que hay que preservar, sino que el tejido urbano o rural que lo contiene. Sigue siendo un tema que lo resuelven funcionarios o empresarios cuando es netamente cultural”.

-Bueno, la palabra “patrimonio” al menos ya la instalaste.

-Se encarnó en el discurso. Sin embargo, más que palabras, prefiero mirar los hechos. El gran tema pendiente, que es el territorio, sigue sin agenda. Hoy hay más fondos, pero también más agentes que los mueven. Eso ha significado una proliferación de proyectos, un “proyectismo”, que alimenta la máquina pero no la reflexión. El patrimonio, que maneja la variable temporal, buscando la permanencia, tiene una especial obligación de aquilatar las intervenciones y, para eso, se necesita tiempo y pensamiento.

Cecilia debe irse volando a más reuniones. Dice que está algo cansada, pero que su secreto es el entusiasmo. “Tú lo pierdes y sonaste. El resto, llega solo”.
Menos lobby, más poesíaCultura y elites

-¿Por qué en Chile cuesta tanto que el sector público y el privado dialoguen en el tema patrimonial?

-Hay una desconfianza atávica entre los dos sectores, que impide un trabajo concertado. Del Estado se espera que trace un camino, inspire una visión, a la que los privados puedan sumar su eficiencia y recursos. Vemos una proliferación de iniciativas privadas, de carácter filantrópico, pero que terminan recurriendo a fondos públicos. Por otro lado, a veces el Estado invierte donde podría haber habido una inversión privada. Cuando esos dos mundos trabajen con una visión común y de manera colaborativa, entonces sí la cultura tomará el lugar preponderante que le corresponde.

-¿Cuál es el problema específico de cierta élite con la cultura popular?

-Los empresarios aún no han internalizado que la cultura y la identidad son un buen negocio. En vez de tanto lobista, publicista y economista en los directorios de empresas, deberían incorporarse poetas, artistas, gestores, antropólogos, historiadores, que darían una visión y empuje diferente. Hay que romper la relación “donante-beneficiario”, por la de aliado y colaborador. Debería haber una campaña que incorpore a un director del mundo de la cultura a las empresas. No se arrepentirían del resultado.

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