Tal como Basquiat, su admirado artista neoyorquino, la joven escritora intenta no creerse los elogios o ejemplares vendidos. Anda en modo Me lo merezco.
Por Juan Carlos Ramírez F., 23 de octubre de 2015, La Segunda.
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Paulina Flores (26) despertó el sábado 26 de septiembre sin entenderle nada a Álvaro Matus, su editor en Hueders. Apenas dos semanas atrás habían publicado “Qué vergüenza”, su debut literario.
-¡Escribieron sobre ti!
Al parecer Matus -que también ejerce como columnista de La Tercera- no sabía que el crítico oficial del diario, Juan Manuel Vial, había alucinado con esta colección de cuentos tanto como él. “Son pocas las ocasiones en la carrera de un reseñador de libros en que el talento de una debutante es capaz de producir un entusiasmo incontrarrestable en quien, por razones de su oficio, ha de mantener cierta mesura e incluso algún grado de permanente escepticismo”, escribió.
La escritora fuma y mira el recorte, pero no lo lee. Como si ya lo hubiera memorizado. “Esa crítica genera expectativas para lo que escriba después. Pero está bien. Me he sacado la cresta, así que estoy tranquila. Además, nunca quedo conforme cuando traspaso lo que tengo en mi mente al papel, debo seguir trabajando”.
Todo eso lo dice risueña, sin la severidad de los escritores de otras generaciones como el mismo Alejandro Zambra que fue uno de sus profesores. “Yo cacho que me parezco a él en lo intimista”, piensa antes de hablar de la entusiasta recepción de su debut. “Creo que me han regaloneado como escritora y me he dado cuenta que gusto. A veces hay cosas en las que no estoy de acuerdo. Como cuando dicen que escribo de un mundo muy limitado. ¿Qué onda eso? A mí me interesa escribir de las cosas que he vivido: vivir en Conchalí, la falta de plata o de lo que creo que es el amor”.
Enciende otro cigarrillo y dice: “Mira, me gusta mucho un documental de Basquiat donde él dice que su triunfo como artista es porque se lo merece. Yo repito lo mismo. Me lo merezco”.
Inventarse un personaje
“Qué vergüenza” son nueve relatos intimistas, bien escritos y protagonizados por mujeres decididas y hombres menos fuertes. En el homónimo dos niñas acompañan a su padre cesante en el Chile de los 90; en “Laika” una niña es seducida -y abusada- por un argentino mayor; en “Olvidar a Freddy” la protagonista trata de olvidar a su ex dándose baños de tina y escuchando los reclamos de su decepcionada madre.
Paulina Flores es una escritora pública en formación, porque aún no sabe mitificarse del todo. Y eso que ya está agotada la primera edición de 1.000 ejemplares en las bodegas de Hueders.
La editorial está planeando reimprimir antes de fin de año. “Mis amigos dicen que debería inventarme un personaje. Ser la pesada, por ejemplo. O la que dice cosas polémicas. Pero no sé. No me resulta. También estoy aprendiendo a desconfiar de los periodistas”.
Empezó en esto relativamente grande, cuando entró a estudiar Literatura. Ni blogs, ni cuentos adolescentes. Vivió en un dúplex de Ñuñoa, en comunidad, con veinteañeros aspirantes a novelistas en plan “Detectives salvajes”. Eso fue lo que la disparó a escribir. “En mi casa sólo estaba la Biblia para jóvenes. Y me sigue gustando”, asegura.
Después se pasó a Faulkner, algo de Virginia Woolf y Alice Munro, su ídola máxima.
-¿Antes o después del Nobel 2013?
-Antes. Cuando lo ganó mis amigos me llamaban para felicitarme.
-¿Qué es lo que te gustaba de tus amigos escritores?
-Esa mezcla de disciplina y salirse de lo convencional. Yo quería eso. Pero también era muy retraída. Ni a los concursos literarios postulaba. Estuve 3 años escribiendo, trabajando de garzona y en una biblioteca Viva. También trabajé en un colegio donde los profesores les cortaban los audífonos a los alumnos. Eso no era para mí.
Durante 3 años fue al café literario de Bustamante. En casa su pieza, dice, era muy helada en invierno y muy calurosa en verano. “Una biblioteca era ideal por la calefacción o el aire acondicionado. Me ayudaba escribir ahí porque podía armarme una rutina, marcar tarjeta entre las 14:30 y las 19:30. Además está lo de la soledad, como escribir es un ejercicio medio solitario, allá veía gente pasar. También por una cosa de salud, porque en la casa me podía fumar hasta dos cajetillas mientras escribía y como en la biblioteca estoy obligada a salir, me ahorro unos años de cáncer pulmonar”.
-Alia Trabucco, Carmen Galdames, Paula Ilabaca. Todas ellas debutaron como narradoras este año. ¿Te sientes parte de una generación?
-Sé que hay muchos escritores jóvenes publicando y aunque no los he leído a todos, me parece genial, porque en gran medida me ayudaron a pavimentar mi propio camino. Yo me subí al tren un poco después de que muchos de ellos lo hicieran. Siempre me voy a sentir más identificada con escritores con los que comparta género y clase, y también con grandes amigos como Romina Reyes y Francisco Ovando.
-Bueno, ahora estás famosa. Hasta en Buenos Aires se habla de ti como la escritora chilena que hay que leer.
-Bacán eso. Me encanta ir para allá. Pero hasta ahora todo sigue normal. Una tipa me reconoció y me pidió un autógrafo. Pero ni siquiera sé qué escribir en la dedicatoria. Soy fome. Lo bueno es que ahora me pagaron un adelanto y pude hacerme un tratamiento de conducto.
Las mañas
Hace poco, la escritora soñó que le encargaban una obra de teatro con el mismo tono con que su editor le exigió comprar el diario. Ella, obediente lo hizo. “Ahora actúala”, le dijeron. Y ella sintió que no estaba preparada. “Sentí que me pillaron”. Y despertó. Por eso trabaja duro para que no la pillen.
Asegura que no forma parte del mundillo literario. “Con mis amigos nos reíamos de esto. Igual he aprendido que la gente no es pesada. Pero cuando voy a lanzamientos, tengo claro que es a farandulear. Sé que ahora le gusto a mucha gente”.
Se define como nerd y tímida. “Mis mañas son los cigarros, la música, unos dos Bigtime celestes a mano y café. Generalmente ando con muchas libretas y voy anotando todo lo que me guste, historias, imágenes, muchas citas de libros. Salgo a trotar por las noches, una hora, y eso también me despeja la mente”.
Cuando lanzamos mi libro, mi familia vino muy bien vestida. Y se espantaron con los cabros que estaban sentados en el suelo. “Ahí se notó que somos pobres, porque nos arreglamos bien”, dijo mi mamá.
Sin que nadie se lo pregunte aún, Flores confiesa algo: “Me da lata cuando me preguntan si me va bien por ser bonita”. Dice que es raro que eso haya sido un tema, cuando ni siquiera quiso que su foto estuviera en la contratapa del libro. Al final me río, pero es ridículo que te pregunten por eso”.
-Quizá es importante porque habla del propio entorno cultural que se fija en esos temas.
-Habla mal de ellos, no de mí. En una nota hablaban de mí como “la rubia oxigenada”. Ja.
-¿Te violenta?
-Sí. Uno es como es nomás. Puta, a lo mejor ser bonita ayuda para conseguir pega, como de garzona por ejemplo, no a escribir bien. Me molesta ese detalle, pero no pesco. Yo prefiero seguir “en modo Basquiat”.
Lucha de clases
“Los pobres no tienen por qué ser tipos de comedia”
A diferencia de otros escritores de su edad que han puesto de moda hablar de la relación con sus padres en Dictadura, el rollo de Flores tiene más que ver con la lucha de clases. “Recuerdo que antes de publicar, alguien me dijo que debía quitar la palabra pobreza del cuento Talcahuano porque era muy fuerte, y ahora pienso que por eso mismo no la quité, porque claro, puede ser fuerte pero está ahí. No tengo por qué negarlo ni asustarme, no invalida a los personajes. También me dijeron que era raro que esos mismos individuos fueran pobres y escucharan a The Smiths, pero no me parece nada raro. Es algo que conocí de cerca. Los pobres no tienen por qué ser siempre tipos de comedia”.