El alemán redescubre a la pensadora que, insegura y a veces cruel, logró construir un personaje brillante.
Por Juan Carlos Ramírez F., 17 de junio de 2016. Ilustración Rodrigo Rivera
Feminista. Activista. Más ensayista que novelista. Bisexual. Icono cool, incluyendo su mechón blanco. Susan Sontag (1933-2004) fue el modelo de pensadora pop que no les hace asco a las revistas, a la TV y a los flashes, desmarcándose de la academia, sin perder la seriedad.
Pero más allá de sus intervenciones públicas sobre la erótica del arte, la fotografía o las enfermedades, Sontag fue una chica muy sola e insegura. Necesitada de afecto más bien, con papás siempre de viaje y refugiándose en autores que ni siquiera sabía pronunciar bien como Proust: “Siempre había pensado que se pronunciaba «Praust»… Nunca había usado el nombre de Proust con nadie excepto en mi cabeza”, dijo al Independent.
Todo esto lo cuenta el periodista y escritor alemán Daniel Schreiber (39) en “Susan Sontag: intelectualidad y glamour” (Tajamar, 2016). Editado en su país natal el 2007, que recién apareció en una nueva versión el 2014 en EE.UU.
Desmitificación y chequeo
“Todo el ambiente literario e intelectual de NY tiene chismes e historias sobre Sontag. Muy a menudo, sobre lo molesta que podía ser”, dice Schreiber. “Por eso fue importante el chequeo de datos. Si no puedo comprobar algo, no lo escribo”.
Sin acceso a sus diarios y con el archivo Sontag de la UCLA cerrado -abrió el 2014, a diez años de su muerte-, Schreiber debió entrevistarse con la artista serbia Marina Abramovic, el director y dramaturgo Robert Wilson y la Nobel de Literatura Nadine Gordimer, para intentar reconstruir y “bajar” a tierra su mito.
-Es sorprendente lo poco que sabemos de Sontag como persona.
– Sinceramente, no quería escribir una biografía de 700 páginas sobre lo que le pasaba cada semana de su vida. Me interesaba más su personalidad, su trabajo e imagen pública. Cómo se convirtió en esa persona, sus logros, problemas y si era feliz. Logró construir un personaje que se acercaba y alejaba de su vida privada.
El autor dice que trató de mantener una actitud neutral. “Tuve que aprender a vivir entre dos tierras. Por una parte, realmente admiro a Sontag, cómo se convirtió en un personaje brillante en tan poco tiempo. ¡Es impresionante! Por otro lado, podía ser una mujer muy difícil. Cruel a veces. Hacer como que ese lado no existiera sería un error”.
Incluso en EE.UU. le dijeron que no había sido lo suficientemente “discreto” con ella, porque tuvo una infancia dura y con una madre alcohólica. “En EE.UU. las biografías de escritores tienen un tono al estilo de las vidas de los santos. Es casi una obligación para ellos, y además es mucho más fácil”.
“La gente ya no está interesada en la inteligencia”
-Hay unanimidad en torno a lo que representa Sontag, pero no tanto en sus ideas estéticas, políticas o de sociedad. ¿Estás de acuerdo?
– Al igual que todos nosotros, Sontag se equivocó a veces. Aunque a menudo le era difícil admitirlo. Pero fue nuestra última intelectual. Hoy ya no hay espacio para ellos en el sentido que Sontag lo logró. Estaba en la punta del iceberg de un movimiento cultural donde se valoró a la gente inteligente y le dio una oportunidad de ser escuchado y leído. Un Sartre o Simone de Beauvoir sería inimaginable hoy en día. Claro que hay intelectuales en todas partes, pero no es lo mismo.
-¿Qué identificaba a Sontag y la hacía tan especial para ti? Alan Pauls hablaba de “la belleza de su inteligencia y la inteligencia de su belleza”.
–Sontag fue capaz de mantener su lugar durante mucho tiempo. Trajo una nueva sensibilidad, una especie de glamour y puesta en escena de un personaje público fascinante. Pero ahora el intelectualismo está a la baja. En Europa pasó un poco más tarde que en EE.UU. La gente ya no está interesada en la inteligencia.
-¿Qué fue lo más complicado de esta investigación?
-Me hubiera gustado tener acceso a todos sus diarios. Pero fue imposible: sólo me dejaron leer extractos de ellos. Fue impactante comprender el alcance de su adicción a las anfetaminas. Yo lo sabía, pero no dimensionaba lo importante que era. Pero después me pasaron cosas que me hacen verlo de forma diferente. La gente siempre dice: “Oh, tomas fármacos y luego sigues siendo normal cuando lo dejas”. ¡No! Los fármacos te cambian. Eso permite entender cómo ella se comportó con los otros, que se sentía mal con ella misma, que no era feliz o que creía que el resto la trataba mal y no era así.
-¿Qué ideas de la Sontag han envejecido mejor y peor?
– Sus ideas sobre la fotografía han tenido una influencia duradera en nuestra cultura. También sus teorías sobre la enfermedad como metáfora y cómo nos hace sentir una desventaja padecerla. Sus críticas a la cultura “camp” de los 60 y su posición en contra de la interpretación o la erótica del arte son documentos históricos relevantes. Sus escritos de ficción no han envejecido bien, me temo. Han sido olvidados. Ella era una gran ensayista, pero no tenía la vocación de novelista.
El extranjero
Hay un puñado de textos sobre Sontag escritos siempre desde EE.UU. Por ejemplo “Renacida” (2011) y “La conciencia uncida a la carne” (2014) (ambos de Random House), o sus diarios editados por su hijo David Rieff. También está “La entrevista completa” (Ediciones UDP, 2014), que dio para el locuaz periodista de la Rolling Stone, Jonathan Cott. O “Siempre Susan”, de Sigrid Nunez (Errata Naturae, 2013). El libro de Schreiber en Alemania fue un hit y en EE.UU. -curiosamente, el mismo país donde ella se sentía tan incómoda- fue cuestionado.
“En EE.UU. apareció en una editorial pequeña (University Press) y ha tenido buenas críticas. Lo recomendó el New Yorker. Pero también ha habido críticas terribles contra este alemán que escribió un libro. Era un resentimiento palpable”, cuenta Daniel. “ Es difícil para un extranjero escribir sobre los íconos culturales. También es un gran honor ser leído en otro idioma. Si un sueco escribiera una biografía de Neruda, los chilenos podrían sentirse de forma parecida”.