La rutina, la soledad y ser dueña de casa soltera. Todo eso está en su colección de microrrelatos rabiosamente feministas.
Por Juan Carlos Ramírez F.
Una casa, como la que dibujamos en el colegio: una puerta de madera, dos ventanas (enrejadas), ladrillos y techo de zinc. La cubierta de “Vida de hogar” (Yasna & amp; Trío/Editores, 2016) es engañosa. En la contra, se ve que el inmueble estaba sobre una trampa cazarratones. Y eso dice mucho de esta colección de microrrelatos de Naomi Orellana: Breves retratos de “las mujeres de mi tiempo, de «clase media», de las madres jóvenes y las madres en general”, como la misma escritora define.
Todo esto junto a las ilustraciones de Constanza Figueroa, con quien fundó la revista-editorial “Yasna”. “Todas las ilustraciones interiores salieron así, como un diálogo. Me gustaron porque no “ilustraban”, no son una alusión literal. Coni tiene una forma brillante y rara de pensar el dibujo y es una gran dibujante”.
-¿Hay una correspondencia entre la brevedad de los relatos y las tareas rutinarias del hogar?
-Sí. Eso es algo muy antiguo. El tiempo de la adultez de la mayoría de las mujeres, que es la edad en que los seres humanos podemos desarrollar todo nuestro potencial, está tomado, por ocupaciones muy demandantes. Y provienen de obligaciones sociales que no son necesariamente escogidas. Eso básicamente es tiempo.
-¿Podemos profundizar?
-Cuando uno quiere desarrollar algo, más allá de los deberes sociales, que en general ocupan toda nuestra energía, debe empezar a robar tiempo de esos deberes. Para mí esto era una tarea marginal. No tenía tardes libres enteras en silencio para pensar. Pero tenía estas ganas de escribir lo que sentía y pensaba y lo hacía cuando podía. Algunos editores me dijeron “es muy corto, escribe más”, y lo intenté, y resultaba forzado.
Feminismo millennial
La autora cuenta que hizo su tesis, se tituló de periodista y se cansó de los límites formales de los textos. “Yo quería escribir algo, íntimamente, sin mostrárselo a nadie. Y ese momento coincidió con mis primeros años de madre primeriza y dueña de casa en ciernes”.
-¿Crees que los jóvenes “de ahora” son más conscientes de los géneros y del feminismo ¿O simplemente hay una corrección política?
-Espero que lo sean. Aunque también hay un asunto de clase más allá de la generación. Pero también es más que eso porque los ricos también tienen esta costumbre de reproducir la familia tradicional heterosexual, incluso más, solo que en distintas condiciones. Para las mujeres pobres este devenir social puede ser más brutal. Embarazos más tempranos, en condiciones precarias, ser económicamente muy vulnerables que nos hace trabajadoras precarizadas también, sumado a una violencia machista implícita y explícita, y sin posibilidades de escapar o cuestionar. La idea la trampa que expongo en el libro también apunta a eso.
-Hay un punto importante y creo que redunda el libro en eso: mientras la economía no sea justa, el feminismo no puede reducirse a una teoría. Es decir, debe ser una acción.
-Es complejo todo eso. Hablar del feminismo pasa ante todo por abordarlo desde la propia experiencia. Ambas cosas son muy necesarias: el pensamiento feminista teorizado y también la acción política más directa, el activismo comunitario localizado. Y por supuesto también el arte.
-Además del término “feminazi”, ¿cual es el mayor malentendido sobre el feminismo en Chile?
-Lamentablemente muchos. El término feminazi, si bien es una pesadez, es como un chiste de séptimo básico. Hay asuntos más graves y urgentes y de salud pública como el derecho al aborto. Y tener una educación sexual decente, seria, temprana y no escolarizada. Las personas que tienen la posibilidad de educar a otros, y los comunicadores sobre todo, tenemos que educarnos al respecto para no seguir reproduciendo “malos entendidos” y seguir confundiendo a la gente que confía en nosotros para aprender e informarse.