En El futuro es un lugar extraño la autora vuelve a sus 20 cuando conoció la revolución Sandinista.
Por Juan Carlos Ramírez F. (30 de septiembre 2016, La Segunda)
Una mujer conocida como la Caldini se divorcia. En el proceso empieza a recapitular su vida -justo en medio del terremoto de 2010- y “vuelve” a las luchas estudiantiles de los 80 cuando con su ex creían en un Chile diferente.
Ese es el centro de “El futuro es un lugar extraño” (Literatura Random House) de Cynthia Rimsky (54) su sexta obra y sucesora de “Ramal” (2011) y “Fui” (2016), que puede leerse como un libro de memorias, una reflexión sobre el fin de la juventud o una alegoría del fracaso de una generación en Chile. O todo eso junto.
Desde Buenos Aires, donde reside actualmente, la autora dice que estaba embalando sus cosas para instalarse allá, cuando encontró un cuaderno, cartas escritas durante un mochileo a Nicaragua a los 20 y textos escritos a máquina, a medio terminar.
“Ese viaje a la revolución sandinista nunca pude escribirlo y me puse a leer ese material para descubrir por qué”, explica. “Fue esa imposibilidad de narrar el viaje hacia la concreción de la utopía por la que luchábamos entonces, en contra de Pinochet, lo que me partió la cabeza. Lo segundo fue el olvido”.
La voz de su generación
Rimsky, tal como Keith Richards con los años 60, asegura no recordar nada de lo que vivió durante la dictadura. “O sea, tengo imágenes, anécdotas, pero no lo que sentí, lo que pensé”.
A la escritora le gusta comparar ese borrón generacional con la última parte de “La edad de la inocencia” de Edith Wharton. Cunado Archer sencillamente no sabe explicarle a su joven hijo por qué no se divorció de su esposa y huyó con madame Olenska, el amor de su vida.
“Y es que la época victoriana ha desaparecido y su decisión de entonces no tiene sentido en la modernidad donde cualquiera puede divorciarse. Es lo que me pasó al leer la epopeya íntima de esa joven de 20 que fue a dedo a conocer la revolución por la que luchaba en Chile y que a su regreso no pudo contar cómo era la utopía”.
Cuando llegó a las 200 páginas botó la novela “nicaragüense” que estaba proyectando y la dejó en el baúl sin llave de la Caldini. Y así comenzó la escritura de “El futuro…”.
-Los 80 son retratados en la novela, de una manera distinta a la nostalgia pop actual.
-Intenté sacar a los 80 de la estética del souvenir del consumo masivo, de la memoria descreída de la literatura de los hijos y de la épica, que son algunas formas que existen de contar los 80. “El futuro es un lugar extraño” intenta aportar otra mirada que complejiza la transición y la amnesia en la que hemos vivido como país e individualmente.
-Acá te centras en los años de las luchas y la inocencia.
-La transición, que en realidad fue la privatización de todo, hasta de los baños públicos, fue vivida como una gran precarización por mucha gente que en los 80 se organizó en un movimiento social. Esto incluía desde talleres de arpilleras a revistas locales a mimeógrafo, y comités de allegados. Y un trabajo de hormiga de muchos años obligó a Pinochet a hacer un plebiscito. Al día siguiente esas personas fueron relegadas a un exilio interno y a una lucha despiadada por sobrevivir en un sistema que los consideró pasados de moda y ahora los convierte en vintage.
– ¿Crees que el desencanto le llegó a tu generación con retraso?
-Somos un pliegue que quedó doblado en la historia, una bastilla como la canción de Ubiergo. Una generación que no encontró un lugar desde dónde contar su historia.
-Pero, ¿era posible otra salida u otra forma de recuperar la democracia que no involucrara negociaciones?
-No lo sé. ¿Qué hubiese pasado de ganar Trotsky y no Lenin? ¿Qué hubiese pasado de haber triunfado el nomadismo sobre el sedentarismo? Toda la historia está atravesada por la pregunta por los que perdieron. Quizás la pregunta es más bien por las formas en las que hasta ahora ha asumido y se ha ejercido el poder estableciendo esa categoría; ganadores y perdedores.
La orfebrería del lenguaje
Rimsky dice que la parte que más le gusta es trabajar el lenguaje. Lograr con palabras comunes que el lector entre en esa “realidad paralela” que es una novela. “Esa es la parte más bella y desafiante de escribir un libro. La orfebrería… Ese es el placer y también la parte más endemoniada de escribir”.
La novela tiene varias simbologías, partiendo por el divorcio al mismo tiempo que se ven las grietas del terremoto, el año del triunfo de Piñera y la vuelta de la protagonista al sector de El Salto, al norte de Santiago.
“Busco hacer hablar a los objetos. Desconfiada como soy de los discursos, prefiero preguntarles a ellos, a los lugares, darles la palabra para que ellos cuenten lo que ocurre, haciendo recaer el peso de la narración más en lo visual que en lo discursivo”.
-¿Me puedes dar un ejemplo?
-El mapa del Salto, creo que he estado solo dos veces en El Salto. Pero cuando busqué en el mapa y vi los valores universales post revolución francesa convertidos en los nombres de esos pasajes de una sola cuadra, no lo pude creer. Ahí estaba el final de la novela.