La experta en la obra escrita de la folclorista opina sobre aquella última misiva antes del suicidio que conserva bajo siete llaves su hermano-padre.
Por Juan Carlos Ramírez F. (7 de octubre 2016, La Segunda)
La académica de la UC Paula Miranda es reconocida por explorar facetas de Violeta Parra que exceden lo musical. Ha publicado el estudio “La poesía de Violeta Parra” (Cuarto Propio, 2013), la antología “Poesía” (Ediciones UV, 2016), y ahora prepara un texto sobre el vínculo de la artista con la cultura mapuche.
Para ella, las canciones son sólo la punta del iceberg de una “multiartista” que conmemora desde el pasado 4 de octubre -y durante el 2017- su centenario.
“Quienes aseguran que Violeta es simple, no conocen la sofisticación de su obra”, dice. “No podemos quedarnos con una imagen única o monolítica de ella; eso hay que evitarlo si es que queremos realmente homenajearla”.
También -indica- habría que reconocer su legado a la educación chilena, su metodología creativa, compositiva y de investigación tal como era reconocida por la U. de Concepción o la de Ginebra.
“Es un tema muy muy triste”
La investigadora Lucy Oporto propuso esta semana en el diario El Ciudadano que Nicanor Parra debería hacer pública la carta de suicidio de Violeta.
“El texto completo ayudaría a comprender mejor qué la condujo a tomar una decisión tan drástica, se trata de un documento de importancia cultural y social”, dijo Oporto.
Se dice que la carta que han visto familiares y cercanos es fuerte y habla mal de muchos parientes. Sólo se salvaría Nicanor, quien se las mostró a las autoras de la biografía “La vida de un poeta”, Sabine Drysdale y Marcela Escobar.
Miranda reflexiona al respecto: “Es un tema terrible. Lo pienso desde su obra, y me pregunto no por los motivos de su decisión, sino por cuál fue en ese momento su última canción. Escuchó «Río manzanares», cantada por sus hijos; le cantó a Nicanor «Según el favor del viento» y «Día domingo en el cielo», sátira festiva que escenifica un jolgorio en el Paraíso. En esa fiesta es donde ella deseaba permanecer”.
“Para Nicanor, que todavía me recibe cuando lo visito, es un tema muy muy triste, íntimo, privado. Nunca me he atrevido a preguntarle nada sobre la carta. Violeta nos pertenece a todos, pero esa carta, solo a Nicanor, su hermano-padre, como ella le llamaba. Debe ser una carta terrible, y el lugar donde ella prefiere estar es el de la comunidad y el encuentro, sólo posibles en el canto. La última carta que nos debe preocupar es su última canción, sus «Últimas composiciones» (1967)”.
La raíz mapuche
A fines de año, la académica publicará un libro sobre la relación de Parra con lo mapuche, junto a Elisa Loncon (USACH) y Allison Ramay (UC). “Sabemos hoy que ella se relacionó con la cultura mapuche de manera específica, además de haber vivido entre 1921 y 1927 en Lautaro. Entrevistó sistemáticamente a cantores y cantoras mapuches, se enamoró de sus cantos, rituales, visiones de mundo y de la lengua. Aunque no entendía el idioma, comprendió los sentidos tradicionales que todavía esos cantores y cantoras conservaban para esos años (1957-1958)”.
-¿Cuál es el camino para redescubrir a Violeta Parra?
-Hay que “Volver a los 17” con ella, al año 17 y verla nacer nuevamente, después de haber vivido entre nosotros un largo siglo. Y darse un poquito más de tiempo para escucharla. Redescubrir la palabra y sentidos que hay en sus clásicos. Preguntarse ¿qué tiene “Gracias a la vida” que es un canto tan eterno y tan universal? O ¿será realmente una maldición lo que hay en “Maldigo del alto cielo”, o por qué son tan distintos “Levántate, Huenchullán” y “El Guillatún”. Y algo que a ella le hubiese gustado que nos preguntásemos: ¿qué tradiciones hay detrás de su obra? ¿Qué tomó o dejó del canto a lo divino? O ¿hasta dónde fue influida por las cantoras de tonadas para sus propias composiciones de amor? Tenemos que volver a leer sus décimas; son un trozo de su memoria personal, pero también de la memoria de Chile.
-¿Cuáles elegiría?
-“De tal palo tal astilla”: Porque valora la herencia de los abuelos en ella y en sus hermanos y porque explica la complejidad de su arte, a través de la desafiante imagen del “concierto pililo”.
“Su nombre era como el oro” (“Cómo era mi taita”): Un papá regaloneador, divertido, “galante”, de “pensamientos fecundos”, que “vuelve las horas segundos”. Pero aparece algo muy “terrible y misterioso”, que anuncia la tragedia.
“Cuando regreso al país”: una confesión del vacío que siente al retornar a Chile (en 1956), especialmente porque ya no está Rosita Clara. Pero mágicamente va recomponiendo su vida (“de nuevo con mis canciones/ voy a juntar centavitos”), se reencuentra con sus tres hijos y recibe de Dios una noticia: “me llevé tu hija menor/ pero te tengo una nieta”.