Investigó las 81 muertes de la cárcel de San Miguel y terminó reconstituyendo una noche de horror, inoperancias y traumas que incluso han llevado a gendarmes al suicidio.
Por Juan Carlos Ramírez F. (26 de diciembre 2016, La Segunda)
La primera escena de “Incendio en la torre 5” (Ediciones B) nos lleva, sin preámbulos, directo a la madrugada del 8 de diciembre de 2010 en la cárcel de San Miguel: fuego, humo, sobrevivientes pasando por un espacio de apenas 20 centímetros y cuerpos carbonizados.
Su autora, la periodista Tania Tamayo, dice que vio detrás de esa tragedia la negligencia de las autoridades e instituciones del Estado, “pero también una noche llena de situaciones peculiares que no aparecieron en ninguna parte”.
Por ejemplo, dice, está el intento de dos gendarmes de la guardia armada de ingresar dos botellas de ron. O un interno que, habiendo obtenido su libertad, lloraba en la calle para que lo dejaran ingresar nuevamente.
Y también están las graves descoordinaciones entre bomberos y gendarmes, “todos jóvenes, actuando casi por instinto, llenos de miedo”.
“Sentía que había un universo que no había sido bien explotado anteriormente desde un punto de vista periodístico y narrativo. Lo que busqué fue construir un relato sin eufemismos, con imágenes reales”.
Códigos caneros
Para la periodista era importante profundizar en los códigos caneros y su mundo de “Perkins” (sirvientes), rutinas, hábitos, vicios: “los internos fabrican bebidas alcohólicas con alimentos y materiales de carpintería, pagan servicios a otros reos y bajan del piso a grupos que les parecen desagradables”.
Justamente lo último inició la pelea que terminaría con los 81 muertos.
“Eso era justamente lo que quería retratar, que era un sistema, no una excepción. Hace un mes se había bajado a los Carranza; esta vez era el Diego Portugués y el María de los Perros con su grupo. En julio se había originado un incendio y habían ocupado balones de gas vendidos por Gendarmería.”.
Sin embargo, Tamayo teme que no hayamos aprendido nada. “Los jueces absolvieron a todos los imputados por considerar que la investigación no fue suficiente ni las indagatorias las correctas. También argumentaron que el Estado era el gran culpable al no capacitar, por ejemplo, a los gendarmes para momentos como ese. Pero, por otro lado, la Fiscalía se defiende diciendo que fue el Estado. «Este incendio tiene culpables pero no son los que estaban aquí», dijo el tribunal.
El horror, el horror
Preparar este libro afectó a su autora, como ella misma reconoce.
– ¿Cual fue el momento más duro de tu investigación?
-Escuchar las descripciones que hacían sobre el olor a carne quemada que había en esa cárcel cuando se apagaron las llamas. También hablar sobre los suicidios de los gendarmes: uno cada 2 meses. La gran mayoría en sus lugares de trabajo. Ver las condiciones en que estaban muchos sobrevivientes. Algunos en la calle, pegados en el pasado y el siniestro donde vieron a sus amigos carbonizados o cocidos con el agua del baño.
-¿Podemos leer acá un síntoma de lo que nos hemos convertido como sociedad?
-Por donde se mire es importante que el Estado invierta en reinserción, rehabilitación y posterior adaptación. Iniciativas y políticas públicas que se dieron en los primeros años del retorno a la democracia se deben retomar porque es contraproducente que, por ejemplo, internos que hayan cometido delitos como vender CD piratas estén en las mismas condiciones que violadores o asesinos. El horror que se vive ahí adentro solo gatilla que empeoren las condiciones físicas y mentales de ese recluso. Pero hay una necesidad cortoplacista de meter gente a la cárcel para satisfacer a la opinión pública y este clima de inseguridad alarmante en el que siempre nos encontramos. Finalmente, caminamos todos por ese camino sin retorno que es la violencia.