El español desmenuza el populismo, las redes sociales y la influencia de las religiones
Por J.C. Ramírez Figueroa (21 de noviembre 2017, La Segunda)
El politólogo español Fernando Vallespín está cansado. Vino a hablar sobre populismos y redes sociales en Puerto de Ideas, pero aunque tiene que viajar a España a dictar una clase, se hace el tiempo para reflexionar. “Vivimos una etapa donde el ciudadano está privatizado. Es la política de la selfie. La «feelgood society», donde todos buscamos sentirnos bien e importantes”. Lo dice calmado, como si en lugar de denunciar un mal contemporáneo, fuera un doctor explicando un síntoma.
“La política siempre ha sido un juego entre elites. Las masas se quedaron fuera. Y cuando entraron en el proceso democrático fue sobre todo por el fascismo. Ahí aparece el populismo más claramente”, señala. “Recién tras la II Guerra Mundial los partidos aprendieron a encauzar los intereses de las nuevas clases medias a través de la pluralidad, dejó de existir la masa y empezaron las políticas sociales del Estado. Ahora son los privados y el Estado quienes, gracias a internet, pueden saberlo todo sobre ti. Absolutamente todo”.
-Usted habla de la “despolitización” del ciudadano.
– Eso sucede cuando el crecimiento y la globalización de los primeros 90 te privatizan, convirtiéndote en alguien reactivo, que sólo le interesa la política cuando algún interés económico está en peligro. Si no vas a perder tu trabajo, lo político no se manifiesta. En España pasó con el franquismo, donde todo el mundo estaba politizado, y luego, de repente, todos se hacen burgueses y quieren cocinar a los amigos. Ahora con los indignados, el 15 M y Cataluña todo se ha politizado de nuevo, pero seguramente el polo volverá a lo más privado. Es casi inevitable.
-Usted dice que las redes sociales son fundamentales para entender el panorama político actual.
-Sobre todo en un contexto de mucha desconfianza y miedo, donde impera la sensación de que la política no sirve para resolver problemas, sino que los crea. Donde los políticos son tecnócratas que la usan de trampolín para cargos en empresas. Lobby ha existido siempre, pero en la Unión Europea para regular una materia se trae a todos los implicados. Si es el aceite de oliva, se llama a los ministros de agricultura de los países exportadores, asociaciones de consumidores, sindicatos. Se regula todo. La gente no lo entiende. Hay que ser conscientes de que la política como administración y gestión es aburrida, no capta la atención de los medios.
-¿Falta espectáculo?
-Los políticos son odiados en todas partes, porque tienen siempre una cámara que los persigue. Imagina si eso lo hacen con los médicos o arquitectos; perderían todo su prestigio. Estar sujeto a una observación permanente acaba destrozando la posibilidad de que esa profesión alguna vez tenga un prestigio.
Católicos vs. protestantes
Uno de los temas de Vallespín -también escritor, columnista de El País y profesor de la U. Autónoma de Madrid- es la influencia de la religión en la política. “Es interesante cómo en los países anglosajones la moral o la vida sexual de los políticos importa mucho. En Francia da igual. En el mundo escandinavo el más mínimo escándalo económico hace estallar todo. El protestantismo estadounidense es más radical y menos tolerante hacia los ateos. En EE.UU. se descolocan si te preguntan por tu religión y dices que no tienes. Se piensa que el que no tiene religión no asume responsabilidad”.
“Esos países se alfabetizaron antes para leer la Biblia. En España no hay biblias en los hoteles. En el mundo católico la Biblia es más despreciada; es que el catolicismo es muy pagano. Se sustenta sobre liturgias más que en lo espiritual, a diferencia del protestantismo. El catolicismo facilita la irresponsabilidad: uno se desprende más fácilmente del pecado. El cura te absuelve y sales tranquilo. El protestante debe procesar la culpa. Eso genera personalidades muy complejas y fomenta la responsabilidad individual”.