Acaba de lanzar un trabajo que reconstruye el período a fines de los 1950 de la artista en Concepción
Por J.C. Ramírez Figueroa (18 de enero 2018, La Segunda)
Universidad de Concepción, mayo de 1957. Violeta Parra daría un recital para luego instalarse en Lautaro a investigar los cantos mapuches. Fue tan profundo el impacto provocado que tuvo que agendar otra presentación en agosto y tres meses después ya estaba contratada por la institución.
Expresamente para crear el Museo de Arte Folklórico, influyendo entre otros a Gonzalo Rojas. Y aunque nunca se concretó, la capital del Biobío fue su centro de operaciones donde creó la canción “El gavilán”, maduró su faceta plástica, grabó más de 30 horas de radio y rescató en el campo obras que sin ella habrían desaparecido para siempre.
Todo eso está relatado en “Violeta Parra en Concepción y la frontera del Biobío: 1957-1960”, coeditado por la universidad y el CNCA. Su autor, el historiador Fernando Venegas, detectó un vacío biográfico en torno a esta etapa.
“No sabemos casi nada de la Violeta divulgadora de la cultura tradicional, recopiladora de centenares de cuecas, tonada y vals. Tampoco de la compositora de música para guitarra, que en su tiempo fue considerada de cámara”.
El libro, considerado por Isabel Parra “la mejor publicación sobre Violeta editada en 2017”, será presentado el próximo miércoles en el Museo Violeta Parra. “Concepción es un pretexto para conocer más hondamente la labor de recopilación e investigación en perspectiva microhistórica. Es decir, conocer lo que hizo allá permite tener una idea de cómo trabajaba en otros espacios y tiempos”.
Venegas reconoce el valor de la prensa regional de la época, una de sus fuentes claves. “Los datos cuestionaban el imaginario creado sobre ella como una mujer poco valorada por sus contemporáneos. Al contrario, era una mujer respetadísima por niños, trabajadores y ancianos del entorno rural. Los estudiantes le pedían autógrafos y presionaron para que el rector, David Stitchkin, la contratara”.
“Un descubrimiento importante es que, en una entrevista a un diario regional, ella cuenta una versión matizada de la conocida hasta ahora de cómo se inició en su labor de recopilación. Según Nicanor Parra, fue él quien la impulsó a esa labor. En cambio, Violeta explica que ella estaba recopilando cuando habló con su hermano y éste sólo la alentó a seguir en ese trabajo”.
Lamentablemente, también pudo constatar un “extravío”: “Ella llegó con varias cintas que contenían unas 200 piezas folclóricas. Ya en diciembre del 57 sumaba un centenar más. Lo único se conservó fueron 50 cuecas que Gastón Soublette pasó a partitura y que hoy tiene el Museo Pedro del Río Zañartu (Hualpén)”.
Arauco tiene una pena
Ayer en Temuco, el Papa Francisco citó los versos de Violeta: “Arauco tiene una pena/ que no la puedo callar/ son injusticias de siglos que todos ven aplicar”. Un gesto que no pasó inadvertido para el investigador.
“Hay una distorsión porque lo que nos llega de La Araucanía son situaciones específicas de violencia, pero no su problemática de fondo. Sus causales tienen que ver con la cosmovisión mapuche y el valor que le dan a la tierra. Los chilenos seguimos manteniendo esa injusticia de siglos. Entonces el Papa cita «Arauco tiene una pena», pero llamando al diálogo, un discurso muy político, nunca indicó el origen de esa violencia”.
Algo que Violeta Parra entendía muy bien. “A uno y otro lado del río Biobío ella pudo asomarse y contrastar dos culturas, pues aunque el río no era una frontera rígida e infranqueable, es evidente que al norte de ella predominaba la cultura hispano-criolla, y al sur, la mapuche”.