A tres semanas del plebiscito que ratificará (o rechazará) la Constitución que reemplazará a la de 1980 perpetrada por la dictadura de Augusto Pinochet, el ambiente en Chile está denso, polarizado, incierto.
En algunas de las avenidas importantes de la ciudad —por ejemplo, en Providencia— un centenar de “voluntarios” flamean sin mucho entusiasmo, banderas del “Rechazo”, a diez minutos en La Moneda se reparten ejemplares gratuitos del texto constitucional que se deberá votar. Si hace unas semanas el mismísimo presidente Gabriel Boric las autografiaba a pedido de la gente, lo que lo hizo ser acusado por la derecha de intervencionismo, ahora hay más cuidado de las formas.