Hace una década empecé a recopilar artículos, entrevistas y posteos sobre «la muerte del rock» en medios nacionales e internacionales. Me llamaron la atención tres cosas: el tono apocalíptico de la mayoría de los textos; la insistente idea de que «nunca más escucharemos un disco tan bueno como Revolver o The Wall» y la ausencia de una definición del término «rock». El término es tan amplio que abarca desde una guitarra distorsionada haciendo una escala pentatónica hasta un empresario con «actitud rockera», pasando por la moda, las tiendas que venden pipas con forma de calavera y las crónicas donde el periodista cree ser el protagonista. Aunque quizá lo más sorprendente es que la palabrita siga significando algo y nuevas generaciones quieran aprender el riff de «Smell like a teen spirit» o se sientan únicos y diferentes por escuchar The Shaggs, al mismo tiempo que siguen apareciendo influencers de barba canosa mostrando sus vinilos de los Rolling Stones o nos quieran sorprender con cinco cosas que quizá no sabías de The Smiths o recomendarnos escuchar a Orange Juice.
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