Apuntes sobre Bob Dylan (2): Together through life (8 de mayo 2009, Emol)

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«Nadie compra mis discos para escuchar solos», dijo Bob Dylan en una entrevista. Podría añadir que nadie lo hace tampoco por la voz con que a esta altura «relata» las canciones. Pero es un hecho ya que la palabra cantautor le queda corta. Dylan es un proyector folclórico americano, un investigador de la música de las raíces estadounidenses. Y eso es lo que trae en su nuevo disco.

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Por J.C. Ramírez Figueroa (8 de mayo 2009, Emol)

Cuando Bob Dylan y su banda tocaron en Santiago el año pasado, muchos se decepcionaron. Incluso más que en su anterior visita de 1998. A juzgar por los comentarios después del concierto, los más jóvenes esperaban ver destellos del anfetaminado y ondero songwriter del documental No direction home de Scorsese. Los mayores, en cambio, querían armónica y hits de protesta (la imagen popular del cantante que se tiene en Estados Unidos). Sin embargo, el viejo Dylan parecía un ex comisario custodiando -y festejando- las raíces de la música americana. Una misión que necesita a su pandilla de músicos armados de puro rock and blues.

Together through life es una nueva confirmación de que Dylan siempre fue un recopilador folclórico que las circunstancias -años ’60, industria disquera, cambios sociales- volvieron estrella mediática. Tal como en Modern times (2006) o Time out of mind (1997) el sonido, los arreglos y los estilos abordados remiten a una época fundacional, irrecuperable, mítica. Así tenemos blues pantanosos que deberían estudiar los que aun se rigen por el modelo B.B. King o -peor- Led Zeppelin («Beyond here lies nothin’»), sonidos mexicanizados gracias al acordeón de David Hidalgo (de Los Lobos), baladas con swing («Life is hard», «Feel a change comin’ on»), referencias a viejos hérores como Willie Dixon («My wife’s home town»), mandolinas, plumillas y, claro, guitarras recargadas que jamás hacen solos («Nadie compra mis discos para escuchar solos», dijo Dylan en una entrevista colgada en su página web).

ImagenSe puede discutir en torno a la calidad de su voz, sus textos pesimistas o cierta autoindulgencia (especialmente su decanso en las composiciones largas, casi sin estribillo). Pero es innegable que el gran mérito de Dylan es su apasionado rescate por el lado más salvaje y olvidado de la gran música estadounidense. A tal punto que sus discos homenajean explicitamente el sonido del sello Chess o Sun y por supuesto a la mítica Anthology of american folk music (1952). Una caja repleta de canciones de los años ’20 compilada a la mala por un estudioso del folk y que un adolescente Dylan «tomaba prestada» de la casa de sus amigos para estudiarla junto a su guitarra. Pero esa es otra historia.

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