Daniel Palma, cerebro de las Spandex: “A Aylwin lo llamábamos El Amigo Pato… ¡Fuimos muy inocentes!”

Por Juan Carlos Ramírez F. (22 de julio 2015, La Segunda)

“Quiero que apuntes esto: Spandex es más que una fiesta, es una plataforma de expresión. Tampoco es algo del pasado, sino que es un discurso a descubrir. Es la rebeldía del marginado”, dice Daniel Palma Sepúlveda, creador de la “marca” que revolucionó las noches santiaguinas de 1991 y que revivirá mañana en el Club Chocolate bajo el nombre de “Huele a peligro”.
Estará el elenco de “La noche obstinada” -obra que se estrenó el año pasado en el GAM-, el transformista Petra Pérez, el colectivo de drag queen Las Primas y Gogo Dancer.

A sus 55 años, este escenógrafo forma parte de la historia “B” del Chile de la transición que, al menos durante esas recordadas jornadas del Teatro Esmeralda, se cruzó con la exaltación mediática.

“Salió una nota en El Mercurio, diciendo que estas fiestas eran puro sexo y droga. En la noche hubo lleno total. ¡Obvio! Todos los que la leyeron quisieron estar en un lugar así de entretenido”, dice sentado en el sillón de su luminosa casa en Quilín.

Actualmente masoterapeuta -y totalmente ciego-, nos recibe de gafas y bastón. Aunque no lo dramatiza: él mismo se asume como un personaje carente de vista en su libro de memorias “Hijos de la trampa” (Asterion). “Lo malo es cuando falla este celular especial que uso y no puedo chatear”, dice.

La fiesta interminable

Todo comenzó con las giras de “La Negra Ester” a las que se sumó Palma como diseñador, tras dejar una carrera donde se encargó de la estética de programas como “Mazapán”, “Oreja, pestaña y ceja” y “Sabor Latino”. La ciudad clave fue Manchester, donde ya estaba instalada la electrónica, los clubs, la cultura de los DJ y la mezcla de rock con música de baile que tan bien representaban bandas como Happy Mondays o Primal Scream en el Club La Hacienda.

“Yo no entré, de puro gil. Pero me tomé una foto en la entrada”, dice. “La energía de ir a bailar y juntarte con todo tipo de gente es algo que me voló la cabeza. ¡Ni siquiera necesité de drogas para eso!”, dice.

Pero al mismo tiempo se topó, con las contradicciones dejadas por la dictadura: un grupo de exiliados no podía entender a este grupo teatral de pelos parados y abrigos largos. “Las señoras que nos recibieron allá eran encantadoras, pero estaban vestidas con la misma ropa que partieron al exilio. Y eso me dejó pensando. No había conexión ahí.

-En 1991 tampoco pasaba nada en Chile, ¿verdad?

-Claro. Pero las Spandex no duraron mucho tampoco. Hubo presiones para que se acabaran. Nosotros éramos muy inocentes. A Aylwin lo llamábamos “El amigo Pato”. Lo mismo con Enrique Correa. Era “El amigo Enrique”. Entrábamos a La Moneda a pedir apoyos para actividades, con nuestras pintas y nadie decía nada. Sentíamos que estábamos dando la misma pelea.

-¿Pedían financiamiento?

-No. Acá no se ganaba plata. Era pura amistad y voluntad. Pedíamos para actividades de prevención del sida, camionetas para trasladar instrumentos, vallas papales. Pero rápidamente se fue acabando la relación. No nos dimos cuenta de que iba a pasar, pero los políticos dejaron de prestarnos apoyo. A Andrés Pérez, que estaba con nosotros, le pidieron que nos dejara, si no no lo iban a apoyar con su compañía. No les gustábamos. ¿Y sabes qué era ese apoyo? Un par de pasajes.

-¿Te consideras parte de una generación perdida?

-Absolutamente. Somos hijos de esta trampa que fue la transición, donde se impidió una Movida como la española. Porque eso sí que era peligroso… Ahora pienso que cosas como el APV son formas que tienen el poder para que los homosexuales dejemos de molestar. Pero igual confía en las nuevas generaciones, aunque estos debates, sobre los derechos de los gays, son de hace 20 años atrás. ¡No deberían ni discutirse!


Una redada delirante

Elite, pitucas y carabineros

Palma ríe al recordar una redada, cuando la fuerzas especiales llegaron a las 4 A.M., alertadas por una pelea de borrachos. Excusa perfecta para intervenir.

“Ya se había acabado la dictadura. ¿Por qué teníamos que estar asustados?”, dice. La concurrencia era transversal e incluía “la élite” de la época, desde Jordi Castell y Cecilia Amenábar hasta la gestora cultural Morgana Rodríguez, hijos de uniformados y una delegación del gobierno argentino que sólo quería carretear. “Nos quieren hacer formar los hombres por un lado y las mujeres por otro. Y había un italiano gay, bien loca. Éramos muchos así en verdad. Y dice (imitando acento italiano): «¿Y yo dónde me coloco? ¿Dónde está la fila de los gays?». Los pacos no sabían qué hacer. Había unas mujeres bien pitucas que les decían: «¡A mí usted no me toque!». Nunca supe quiénes eran, pero obviamente era gente muy importante”.

 

 

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