La transición a la democracia chilena conscientemente aceptó la Constitución elaborada por la dictadura de Pinochet en 1980. O, mejor dicho, la pasó por alto. Patricio Aylwin (DC), el futuro presidente, que sucedería el general lo señaló cuatro años después de promulgada la Carta Magna en un seminario repleto de políticos de la oposición y con un título que no llamaba demasiado la atención: “Un Sistema Jurídico-Político-Constitucional para Chile”. “Lo primero es dejar de lado la famosa disputa sobre la legitimidad del régimen y su Constitución”, señaló ante el asombro de la concurrencia. “Personalmente yo soy de los que considera ilegítima la Constitución de 1980. Pero, así como yo exijo que se respete mi opinión, respeto a los que opinan de otro modo. Ni yo puedo pretender que el general Pinochet reconozca que su Constitución es ilegítima, ni él puede exigirme que yo la reconozca como legítima (…) ¿Cómo superar este impasse sin que nadie sufra humillación? Sólo hay una manera: el eludir deliberadamente el tema de la legitimidad”.
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