Acaba de lanzar en castellano sus memorias donde, entre quirófanos, bisturís y sangre, recuerda aciertos y errores.
Por Juan Carlos Ramírez F. (20 de abril 2016, La Segunda)
“Ante todo no harás daño” (“Primum non nocere” ), es una frase atribuida al padre de la medicina, Hipócrates, y funciona como principio básico del campo clínico. Es el título en castellano de las memorias del neurocirujano inglés Henry Marsh (65) (Salamandra, 2016). 350 páginas de reflexiones, recuerdos y discreciones de uno de los médicos más célebres y mediáticos del planeta.
Con 15 mil operaciones en el cuerpo, documentales en la BBC y actualmente instalado en Katmandú, Marsh se animó a escribir con tono novelesco. “Él piensa en escenas, patrones y contrastes”, aseguró el New Yorker. Para la Revista Médica Británica, las memorias “demuestran que hay excepciones a la regla general de que los cirujanos nacen arrogantes, aprenden arrogancia o se les impone la arrogancia”.
En el libro, describe tensas operaciones donde, en las pausas, se iba a fumar con Abba y Bach de fondo. Tampoco le hace el quite a describir operaciones que salen mal o éxitos inesperados. De hecho, abre con una cita de su colega René Lariche (1879-1955): “Todo cirujano lleva en su interior un pequeño cementerio al que acude a rezar de vez en cuando, un lugar lleno de amargura y pesar, en el que debe buscar la explicación a sus fracasos”.
“Algunos cirujanos no lo admiten, pero la mayoría sufre”
-Usted dice que una operación es “como desactivar una bomba”. ¿Se sigue poniendo nervioso?
-Es difícil definir una línea entre la ansiedad y la emoción. La cirugía a menudo es muy emocionante. Me encanta operar. Controlar la ansiedad se aprende. ¡No sé bien cómo! Pero mejora con la práctica.
-¿Cómo se aprende a enfrentar las consecuencias de las operaciones?
– Nunca se aprende, porque siempre es doloroso y aterrador si algo sale mal y sabes que es tu culpa. Algunos cirujanos no lo admiten, pero la mayoría sufre. Cuando joven era ansioso y me deprimía por muchos días. Ahora me siento mal sólo algunos días. Admito que la mayoría de las operaciones van bien. Es que ahora tengo más experiencia para evitar errores.
-¿Cuál es el mejor y el peor recuerdo que tiene?
-Lo peor: algunas conversaciones que tuve con los pacientes y sus familias en las que fui poco amable y falto de compasión, en vez de centrarme en los errores puramente quirúrgicos. Lo mejor: el inmenso privilegio de ser médico. Si tengo que nombrar uno, una de las últimas operaciones que hice antes de retirarme del Reino Unido el año pasado. Era un tumor cerebral muy difícil. Dañé lo que creía que era el vaso sanguíneo y creí que había matado al paciente. Pero se despertó perfectamente al final de la operación. Algo bastante maravilloso.
-¿No piensa que los cirujanos tienen algo de artistas?
-¡No! Creo que los cirujanos son artesanos. Tenemos más cosas en común con los ingenieros o gásfiters. Una parte importante es ayudar a entender las enfermedades y ayudar a tomar decisiones que son, en general, muy difíciles. Y claro, también darles esperanzas, aunque a veces hay muy pocas.
-En Chile hay una notoria brecha entre la salud pública y privada. Incluso muchas veces el médico actúa como estrella de rock, con poco tiempo y sin dar explicaciones claras.
-El poder corrompe y si es absoluto lo hace completamente. No siento más que desprecio por los médicos que no explican las cosas adecuadamente a sus pacientes y que son insensibles a los sufrimientos. Si bien hay que tener distancia profesional, hay que lograr un equilibrio. La neurología es un lujo en los países pobres. En estos momentos estoy en Nepal. Me gusta ayudar a mis colegas de esos países. Pero la salud pública es un problema también en países ricos como EE.UU. o Reino Unido. Es, ante todo, un tema político y de desigualdad. Acá, en Katmandú atendemos todos los días lesiones en el cráneo terribles debido al tráfico en la carretera. Y es difícil mejorar la seguridad vial cuando el Estado es débil, corrupto y empobrecido. Y porque ninguna persona corrupta quiere pagar impuestos.
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